Alfredo Pérez Berciano
El “Cuqui” Silvani se había caído al foso del “Luis Sitjar” solo quince días antes. El argentino corrió hacia la banda y de un taconazo consiguió mantener el esférico en el terreno de juego pero la inercia de la carrera le hizo tomar las de Villadiego. Descontrolado, se vio obligado a saltar la valla publicitaria de una conocidísima bebida sin saber que la tierra se abriría en canal bajo sus pies en un salto al vacío. Drama, silencio y miedo. El murmullo del respetable en Mallorca avisó al árbitro de aquel momento surrealista y el juego se detuvo. Las cámaras grabaron aquel vodevil de incertidumbre y carreras en los banquillos hasta que minutos más tarde el delantero volvió ileso al terreno de juego entre los aplausos de la grada. Aquel día Gabi Amato solucionó el desaguisado para los bermellones, 1-0.
El “Cuqui” volvió a nacer en Mallorca y el destino fue generoso para guardarle una bala en el tambor de la recámara de la gloria. Quién iba a imaginar entonces que dos semanas después de aquello, todos los focos caerían de nuevo sobre él por una razón de mucho más peso.
Fue la noche de Reyes de 1998, a las nueve y media, al compás de un frío atroz en las gradas del Helmántico, con las cámaras de antena tres de testigo. Noche de gala charra, lo tituló alguno. “Hay días que es mejor no levantarse de la cama”, pensaron después otros. La víspera de una fiesta inesperada, una cabalgata de fútbol desigual con el público enfervorizado. La típica noche de hornazo y bufanda en Salamanca. Fútbol de otros tiempos, de bigote y puro, de hombro con hombro en los fondos, hacinados como cerillas a punto de encenderse. Fútbol de banderas y bengalas. El típico partido de equipo noqueado que se resiste a caer en la lona después de varios crochet de izquierda y arranca de sus entrañas un instante de orgullo y coraje. El vertiginoso duelo que se iguala en los minutos finales entre el miedo a la gloria y el espíritu de una identidad. Todo lo quiso el capricho del destino sobre aquel teatro de corazones latiendo en el cemento. Fútbol de calambres y tacos afilados, una noche de circo romano, David contra Goliat, hormigas currantes contra el todopoderoso.
Fue una noche épica, tatuada con la tinta de la historia en los aficionados blanquinegros por el día, por el rival, por el resultado, porque a veces, solo a veces, el fútbol es capaz de darse la vuelta como una bolsa al caprichoso ritmo del viento. Ya se sabe que el éxito camina siempre de la mano del vértigo.
Aquel omnipotente F.C. Barcelona de Van Gaal, recién coronado campeón de invierno, llegaba a Salamanca con una apisonadora de juego y fútbol. El portugués Luis Figo, Rivaldo, Giovanni y Luis Enrique estaban a los mandos de la nave culé y dieron buena cuenta de la Unión Deportiva Salamanca venciendo por tres a uno en el minuto 80. Ahí la luna quiso poner de su parte y participar en la sentencia y en dos arreones de honor los salmantinos empataron el partido. El mundo al revés. Pesadilla para unos, la gloria para otros. Prisas y bocanadas de aire. Miradas perdidas y miedo, mucho miedo. Bodgan Stelea bajo palos, César Brito y diez más siempre creyeron que se podía. El holandés errante se desgañitaba en la banda y ordenaba zafarrancho de combate, Iván de la Peña inclinó eléctrico el campo cuesta abajo y los charros se protegieron del chaparrón con un paraguas de seda. El portugués Fernando Couto, disfrazado de bombero salió para apagar aquel incendio y en la última de las últimas estrelló el balón en el larguero, el silencio escribió con sus letras aquel instante. Así es la vida, el rechace podría ir al cielo de Salamanca, a córner, a Rivaldo o a las manos del inmenso rumano que mandaba bajo palos, pero salió disparado paralelo al verde y le cayó al renacido “Cuqui” Silvani que recorrió el campo cuesta arriba, vertical y camicace, con Pauleta a su vera y mató al león de una estocada zurda y a cámara lenta, como una película de Fellini.
Una noche heroica.
Louis Van Gaal dijo en rueda de prensa que a veces el fútbol no tiene explicación.
Yo añado, por eso nos gusta tanto.
Debe estar conectado para enviar un comentario.