Varias calvas iluminaron el fútbol en la década de los 80 y 90. Una de las más recordadas es la de Attilio Lombardo, un centrocampista italiano rápido en la conducción de balón, un puñal en la banda.
Lombardo siguió los pasos de Vialli y tras unas buenas temporadas en la Cremonese fichó en 1989 por la Sampdoria. Allí se convertiría en amo y señor de la banda derecha, y en el Luigi Ferraris todavía se recuerdan las rápidas galopadas de su brillante cartón. En la mítica final de Wembley ante el Barça, se convirtió en toda una pesadilla para la zaga azulgrana, por su velocidad, dribbling y fondo físico.
Popeye era incansable. Jugó después en la Juventus, Crystal Palace, Lazio y de nuevo en la Sampdoria. Dicen que tiene un gran sentido del humor, y que tiene mucha admiración por el Barça, el club que le privó de ganar la Copa de Europa con la Sampdoria. Un calvo de oro, de la época en que dejaban jugar a los calvos en el fútbol profesional.
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