Era el verano de 1995, Induráin seguía coleccionando Tours de Francia, podías encontrar todavía Pulp Fiction en los cines de verano, y Lendoiro que ya empezaba a fichar de todo, a veces bien, a veces mal, invertía al estilo Tarantino en el nuevo Superdepor, después de lograr dos subcampeonatos de liga consecutivos y una Copa del Rey.
Con más hambre que un tiburón llegaba Toshack como sustituto de Arsenio Iglesias, y el galés pidió que se fichara “al nuevo Schuster”, estrella yugoslava emergente, como cerebro del futuro Depor. De esta manera Branko Milovanovic llegaba a La Coruña, como crack de futuro.
El proyecto ilusionaba, en verano le endosaban un 7-0 al Bayern de Munich y se llevaban la Supercopa ante el Real Madrid. La realidad, sin embargo, fue diferente. Milo apenas tuvo oportunidades de demostrar ese control de la medular y esa perfección en los pases largos que tanto había maravillado a J.B. La temporada no fue nada buena, novenos en liga. El futbolista, con tan solo 22 años, no se pudo adaptar al fútbol español y la llegada de Rivaldo en 1996 le cerraría definitivamente cualquier opción de éxito en el conjunto gallego. Se quedó sin ficha, y a mediados de temporada entró como moneda de cambio en el fichaje del portero Nuno del vitoria de Guimaraes.
En la liga lusa Milovanovic fue de nuevo la eterna promesa. Su fantástica creación ofensiva y su visión de juego no fueron vistas ni en Galicia ni en Portugal. El que un día iba a ser el cerebro del nuevo Dépor siguió con una carrera de frustraciones y desencantos que motivarían su retirada todavía joven. Tras la retirada llegaría el éxito como secretario técnico. El cerebro Milovanovic.
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