Michelangelo La Spina
Alla memoria di Antonio Giovanni La Spina,
tifoso del Catania e padre di un valencianista
Si el fútbol aún no ha muerto es porque muchos aficionados resistimos y nos negamos a renunciar a los equipos que representan nuestras ciudades y barrios. La ilusión por ir cada domingo a ver a tu equipo y la ilusión por ganar ese ascenso o ese título tan deseado y esperado, mantiene con vida a decenas de equipos. Esa ilusión crea militancia y fidelidad, cualidades clave para hacer sobrevivir a un equipo en el mundo del fútbol moderno, un mundo ya globalizado que odiamos y en el que se nos pide que simplifiquemos todo tipo de diversidad para que el negocio de unos pocos equipos pueda fagocitar al resto. En España, por ejemplo, desde hace mucho se promociona un duopolio futbolístico repartido casi a partes iguales entre Barça y Real Madrid, permitiendo solamente eso que el sociólogo valenciano Toni Mollà ha definido como el “poliamor futbolístico”, que es básicamente tener un segundo equipo al que seguir cuando todo le va bien y olvidarse de él cuando todo le va mal. Estas simplificaciones hacen que los grandes equipos sean cada vez más ricos y los pequeños equipos sean cada vez más pobres. Por suerte o por desgracia a mí me tocó ser del València CF y esto fue gracias a la pasión de mi padre por su equipo. Él, fue para mí, el más grande hincha del Catania que ha habido después del presidentissimo Angelo Massimino. Mi padre era un tifoso incondicional del Catania, no tenía a otro equipo, y como yo, tampoco creyó nunca en el poliamor futbolístico. Su corazón, que se paró el pasado mes de septiembre, siempre latió rossoazzuro, tanto en las penas como en las alegrías. Una de las últimas cosas que me pidió desde el hospital fue ver el resumen del Vibonese 0 – Catania 1 de la Copa Italia de la C. Mi despedida de él en la UCI fue con un Forza Catania, no podía ser de otra forma.
Después de esta dolorosa pérdida lo que no me podía imaginar es que tres meses después, la matricola 11700, número de inscripción del Catania en la federación italiana, sería declarada en quiebra por un tribunal. El único equipo siciliano que había conseguido resistir y conservar aquel título fundacional, había caído. Ningún empresario de la ciudad había querido o podido salvarlo, ahora sólo queda esperar que llegue una refundación que sea capaz de rellenar ese vacío tan enorme que dejan 17 temporadas en la serie A, 30 en la B, 23 en la C1, 4 en la C2 y 1 en la D. 75 años de historia que vieron a los Castellazzi, Calvanese, Vavassori, Szymaniak, Cinesinho, Bonfanti, Sorrentino, Ranieri, Pedrinho, Carnevale, Mascara, Pellé, Vargas, Martínez o Maxi López vestir con sus barras rojas y azules, y a los Di Bella, Di Marzio, Toshack, Graziani, Mihailoovic, Zenga, Simeone, Montella o Lucarelli dar indicaciones desde su banquillo. 75 años de fútbol que han dado vida e ilusión a una ciudad maltratada por el estigma de la mafia y el ser del sur en una Italia dividida eternamente en dos, donde el futbol era un opio que bajaba al sur sólo a través de la radio o la televisión. 75 años de historia ligados al nombre del presidentissimo Angelo Massimino que no pudo ver el quinto ascenso a la serie A, pero sí que empezó la remontada hacia ella desde el infierno de la preferente a la que fue descendido en los despachos de la federación italiana de fútbol.
Una historia acompañada de una afición que siempre fue fiel a su equipo y que ha sido el auténtico motor de un club histórico empeñado en representar a una Catania a la que se le decía en la prensa y en la televisión que lo fácil era ser de la Juve, del Inter, o del Milán. Una afición capaz de lo mejor como llevar a 40 mil aficionados al Olímpico de Roma en el ascenso de 1983, o llenar el Cibali después del descenso administrativo de 1993, o crear la leyenda de los cinco mil de Messina del año 1998, o el tener aficionados como mi padre que cada domingo se pegaban al teletexto de la RAI via satélite para ver cómo iba su equipo en la serie D en aquel 1995 del vuelta a empezar. Pero una afición capaz incluso de lo peor, cómo cuando en vísperas de la fiesta de Santa Águeda fue capaz de asesinar a un policia nacional que había ido a calmar los disturbios entre ultras del Catania y el Palermo, ese eterno rival refundado hasta en cinco ocasiones y que siempre intentó hacerle sombra en el fútbol siciliano. Resumir tanta historia es muy complicado, por eso he elegido dos anécdotas que representan la gran historia de este club y su afición.
La promozione de 1983
Mientras toda Italia celebraba ese gran gol de Marco Tardelli que acercaba la tercera copa del mundo a Italia, en Catania el presidente Angelo Massimino, ya estaba pensando en el campeonato de la serie B de 1982-1983, un campeonato que sería histórico. Massimino fichó a Gianni di Marzio como entrenador i apuntaló todas las líneas del equipo sobre todo la defensa donde destacaba Claudio Ranieri. La serie B de ese año era extremadamente complicada; al Milan recién descendido, se le sumaban un Bologna descendido por primera vez en su historia y una siempre difícil Lazio. Subían sólo tres equipos y tras un campeonato muy igualado se llegó a la jornada 38 con el Milan ascendido y cuatro equipos disputándose dos plazas de ascenso. La Lazio tenía 45 puntos y acababa de ganarle al Catania, le seguían la Cremonese con 44 puntos y, Como y Catania con 43 puntos. La Lazio y la Cremonese dependían de ellas mismas, Catania y Como necesitaban ganar sí o sí y esperar que los otros fallaran. La Lazio no falló ante la Cavese, el Como tampoco lo hizo ante el descendido Bari, pero la Cremonese cedió un punto ante la Varese de media tabla, equipo donde jugaban Rampulla y Auteri, dos jugadores sicilianos. El Catania jugaba en casa contra el Perugia, un partido en el que en el Cibali había más aficionados que nunca, y donde el portero del estadio se lió a tiros de escopeta con los hinchas que desde las gradas se meaban encima de sus hijas y de su casa, hubo una avalancha con heridos y un muerto. El Perugia se avanzó, pero en la segunda parte en tan solo cuatro minutos se consiguió la remontada. El Catania disputaría el desempate o spareggio contra el Como y la Cremonese.
El spareggio se jugó en el olímpico de Roma entre el 18 de junio y el 25 de junio de 1983. Los aficionados sicilianos tuvieron que acudir a Roma en dos ocasiones. La primera vez se ganó al Como por la mínima, en el segundo partido del desempate Cremonese y Como empataron a cero, quedando el Como eliminado, así que en el tercer y último partido al Catania le valía con obtener un empate. El olímpico de Roma parecía el Cibali, Roma parecía Catania, nada más y nada menos que 40 mil aficionados acudieron a Roma en coche y en tren. Yo entonces tenía 4 años y recuerdo vagamente el ruido de los 40 mil que cruzaron el estrecho de Messina dentro de los trenes y coches que llevaban los barcos de Sicilia al continente donde vivíamos. Recuerdo como en esos días mi padre me llevó a Catania, su objetivo era comprarme una camiseta del equipo, que aun conservo, para ello nos pateamos toda la ciudad para conseguirla; cierro los ojos y veo la cara de felicidad y satisfacción de mi padre sentado a mi la lado en la villa Bellini de Catania, mientras comíamos un arancino. El Catania finalmente empató contra la Cremonese a cero y logró el ascenso, desatando la euforia en Roma y Catania. Esa promoción para el Catania fue el equivalente a ganar una copa de Europa. Ni la Cremonese, ni el Como habían sido capaces de movilizar a tantos aficionados, aun siendo para ellos más fácil el llegar a Roma.
Las maglie rossazzure de 1998
Muchos años después en 1998, en Messina, los aficionados del Catania escribieron en mi opinión la historia más bonita que jamás se ha escrito en el futbol. El contexto de esta historia es un Catania descendido en los despachos a la liga de Eccellenza (la primera regional italiana), por pagar con retraso la inscripción al campeonato de C1 de 1994, retoma la presidencia del equipo Angelo Massimino, ya casi ciego por su diabetes, y empieza la escalada hacia el lugar que le correspondía. Finalmente se consigue empezar en la D y se asciende a la C2 de inmediato (la cuarta categoría italiana) en 1995, aquí jugarían durante 4 años jugando dos play-off, en este tiempo fallece en un accidente de tráfico Massimino causando una gran conmoción, pero toma el control del equipo su mujer Grazia Codiglione que continuó con el proyecto, que les llevaría al ascenso a la C1 en 1999. Y es justamente en la temporada del ascenso a la C1, cuando los aficionados se hacen protagonistas de la historia de su club. El equipo acude a Messina sólo con la segunda camiseta blanca ya que la primera camiseta del Messina era roja y amarilla. Pero el presidente del Messina decide que los suyos jueguen también con la segunda camiseta que es blanca y al descubrir que el Catania no ha traído la primera camiseta se niega a cambiarla por la primera, para así conseguir la victoria sin jugar. El reglamento no permite jugar con camisetas tan parecidas. El drama es total, los utilleros no pueden volver a Catania a por las otras camisetas y el equipo corre el riesgo de perder los puntos en juego. Pero de repente aparece la magia de la pasión por unos colores en el estadio Celeste de Messina; el rumor de que peligra el partido corre como la pólvora entre los cinco mil rossazzurri que estaban ya en la grada y en pleno mes de diciembre, deciden quitarse las camisetas rossazzurre que llevaban para lanzarlas al terreno de juego, para que así las usaran sus jugadores.
La foto del once inicial de este partido es singular, los jugadores juegan con camisetas de diferentes años, diferentes marcas y diferentes números, pero eso es suficiente para que puedan jugar. Se empata el partido y ese punto es determinante para conseguir el ansiado ascenso a la C1 de esa temporada. Siempre se ha dicho que la afición es fundamental en muchos partidos, en ese caso así lo fue, y de qué manera lo fue!
Sin un Massimino, el presidente tifoso al frente, el Catania no se ha podido recuperar de sus problemas económicos y ha perdido la querida matricola 11700, después de 75 años de historia y pasión. Pesó muchísimo el doble descenso de la A a la C1, gracias a la compra de partidos completamente innecesaria que hizo el presidente Pulvirenti en 2015. Una esperanza llegó en 2021 con la llegada de un empresario americano al club, pero al final la venta del equipo no se realizó y los tribunales pusieron fin a la historia de un Catania que fue capaz de batir tanto al Inter de Helenio Herrera en 1961 como el de Jose Mourinho en 2010, reeditando ese mítico Clamoroso al Cibali de Sandro Ciotti, el cronista que radió esa primera derrota de un grande del Calcio frente al Catania.
Desaparece un club, pero no desaparece el mito del equipo etneo, ese equipo volcánico de una ciudad volcánica, con una afición volcánica y un presidente volcánico, que como toda erupción volcánica ha tenido su principio y su final. Un final que no quisimos que llegara nunca, vero papà? Forza Catania!

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