Diego Solís
Dicen que tenía miedo a volar, sin embargo, hacía elevar el balón entre defensas. Venía de las tierras del creador del fútbol moderno, pero a mí me hacía pensar en un deporte parecido al arte. Tal vez algunos confundían su nombre con el del hombre de moda de la época, un inglés que la ponía como nadie.
Jugó en un equipo que sonaba a arsenal de guerra, ganó un doblete, marcó un hat-trick histórico, pero vivió el banquillo y los tambores de salida: más que un fracaso, para muchos, un olvido.
Un 3 de marzo marcó El Gol al Newcastle; suena ‘Starman’ de Bowie cada vez que contemplo su baile. Veo su diana en mis peores noches, no lo niego, solo así recuerdo que la belleza aparece, que puedes crearla. Ya saben: inicias desde atrás, dejas a Robert Pirès que avance entre intuiciones, te la devuelve, un autopase de espaldas incógnito, secreto, justo al revés del curso de las cosas, atrás un griego blanquinegro, y El Gol, por el palo opuesto, suave como un beso, preciso como un verso. Un escalofrío que Van Gogh no hubiese soñado pintar. Suena a melodía, a una música que no teme hacer volar la perspectiva del fútbol.
Simplemente, el hombre de hielo, el hombre de las estrellas: Dennis Bergkamp a ritmo de David Bowie, la receta -la mía- para las malas noches.

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