De paraísos y dictaduras (Parte I y II)

Sergi Aljilés

PARTE I

No em trobe sol, company, no em trobe sol

Que en som molts més dels que ells volen i diuen”

T’he conegut sempre igual – Raimon

Abril del año 62. Tiempos convulsos, Los nuestros, los del estado español, donde la dictadura, se limpiaba la cara con el aperturismo y el turismo, pero seguía siendo gusanos y podredumbre por dentro, la muntanya se fa vella. Tiempos de cambio en general, también para nuestro fútbol, donde los equipos empezaban a campar, y campeonar, por Europa, dando la oportunidad a nuestros paisanos a visitar países y ciudades donde la libertad individual era ya rol asumido. Tanto para los jugadores como para los aficionados eran oportunidades para adquirir algún producto de peligrosas consecuencias en casa, o simplemente tecnologías y pequeños electrodomésticos que aquí se veían futuristas. Eso ocurrió tanto en visitas a Inglaterra como a Italia, pero cuando la suerte de la competición te lleva a enfrentarte a un equipo de un país comunista, satélite como se decía entonces, tenías un problema.

El comunismo era el coco de nuestra dictadura, la hidra roja encarnada en 11 jugadores sobre el césped. Lo que ahora se vería como una eliminatoria más, a pesar de ser ida de semifinales, en el año 62 la visita de un equipo húngaro, el MTK de Budapest, se contemplaba desde el gobierno como un problema de orden público. Los más de 60.000 aficionados que llenaron las gradas de Mestalla aquel partido, no pudieron dejar de advertir la excesiva presencia policial en los aledaños del estadio. Algún aficionado, de esos que iban al campus de La Nau, la universidad valenciana, que gastaban cuello alto y parca, que por algún disco de 45 rev/min de Raimon habían arriesgado su virginidad policial, vieron a la policía secreta, la político-social, pedir documentación y llevarse a más de uno, ante el silencio y el miedo generalizado. Para ellos, esos estudiantes que iban a cambiar España, el comunismo y los países que vivían bajo la égida de Moscú eran el paraíso comunista, una especie de kermés donde las desigualdades y los problemas atávicos de este país habían sido cercenados de raíz. Nada más lejos de la realidad, allí se sufría otra dictadura, de diferente cariz, pero, en el fondo, igual de deshumanizadora y represiva que la local. Valga la ironía que el rival del Valencia era el equipo de la terrible policía secreta de allí.

El único escape, o de los pocos que nos quedaban a los españolitos, era el futbol. Panem et circenses, el opio del pueblo, y como decía Blasco Ibañez, que rode la bola a la valenciana. Por eso, y por como ilusionaba aquel Valencia, se llenaba Mestalla cada partido europeo. Y el MTK era un rival temible, en aquella época podría ser prácticamente la mitad de la selección húngara. Y la gente subía las viejas gradas con botas de vino, puros y turrón Méivel, helados de bombón y carajillos que se vendían en las propias gradas. El paraíso lo tenían en casa, se llamaba Mestalla.

El once ya se empezaba a repetir de memoria, la única baja era el joven Roberto Gil que ya era una pieza fundamental. Pero con esa defensa, y sobre todo, con Waldo y Guillot arriba la gente confiaba y creía. El único problema era la copa, pue era la competición doméstica que se jugaba (la liga ya había acabado por esas fechas)  y los extranjeros no la podían jugar. La dictadura, ya saben ustedes, ampliaba su paranoia hasta límites insospechados. Eso se traducía en un bajo estado de forma de la estrella Waldo, le faltaba ritmo de partidos, que diríamos ahora. Ese hecho, sumado al buen hacer colectivo de los magiares, llevo el partido al 0-0 al descanso, y a que cundiera el nerviosismo en las gradas, pero Balmanya, el míster, era un genio, un verdadero adelantado a su tiempo. Planeó un cambio de sistema. Algo que ahora vemos como básico, pero que en aquel entonces era novedad. Abrir las alas, jugar con extremos muy abiertos y bombardear el área a centros medidos. Funcionó. 2 goles locales, Guillot y Coll, en los primeros 20 minutos de la reanudación. Mestalla empezó a disfrutar del baile. Solo faltaba unirse a la fiesta el habitual golazo de Waldo. El rompe redes. El cañón brasileño, marcó el tercero de golpe franco, desde 25 metros, de potente chut, que entró por la escuadra magiar. 3-0 finalizó el partido acercando al València a su primera final continental, y en el debut. Además, el equipo seguía imbatido, dando más lustre a la andanza europea.

Tiempos pretéritos de los que ahora somos hijos o nietos. Tiempos en blanco y negro, del No-Do, de la señorita Francis, y de las radionovelas. Partidos europeos por la noche, este se jugó a las 22:30, y de reuniones familiares alrededor de una radio, seguramente Telefunken, y comprada de estraperlo. Tiempos de dictadura, de represión silenciosa y de miedos heredados. Tiempos de soñar paraísos, o de recordarlos. Tiempos de un Valencia de blanco inmaculado, heredero de un glorioso pasado, y ganador en Europa. Un Valencia que se encaminaba a nuevas cotas de modernidad, logradas con trabajo, esfuerzo y humildad. Valores que ahora añoramos y que nunca debemos de olvidar.

PARTE II

“Y es que el fútbol ya no es lo que era”

Odio eterno al fútbol moderno- FRAC.

Bucear por los intríngulis del futbol húngaro o, más concretamente, de su capital Budapest, es un viaje a la quinta esencia del fenómeno social llamado fútbol visto desde el prisma de un estado comunista. Como rezan los cánones marxistas-leninistas referentes a la nacionalización de los medios de producción, esto es, las empresas, los clubes de fútbol, o de deporte en general, no fueron una excepción. Donde venía la diferencia en este mundillo era en asociar los clubs a una de las instituciones del nuevo régimen.

En el caso de los históricos de Budapest, clubes como el Ferencváros al ejército. El Újpest, equipo considerado casi el nacional, al gobierno y funcionariado. Esta “nueva” situación se fue a unir a la clásica de rivalidad entre barrios, seguidores de uno y de otro, dando uno de los derbis más enconados de toda Europa. Aún hoy es considerado unos de los más violentos por la UEFA. En el caso del rival de Valencia por una de las plazas en la final, el MTK de Budapest, El régimen lo asoció a la policía secreta, la temible y sanguinaria ÁVH (en húngaro: Autoridad de Protección del Estado). Este hecho, sumado al arraigo del club entre las clases judías de la ciudad, dio lugar a episodios de racismo que aún hoy continúan.

No podemos olvidar tampoco la maravillosa historia de los Magiares Poderosos, la selección húngara que maravillo a Europa y al mundo en la pasada década de los 50. El Equipo de Oro, formado por los Puskas, Czibor, Kocsis, Szusza, Grosiscs, y Nándor Hidegkuti, este último, capitán del MTK. Una selección que marcó 27 goles en el mundial de 1954, récord difícilmente superable en el futbol moderno. Un equipo al que solo pudo batir Alemania Occidental. El Aranycsapat, el equipo magiar que practicó un antecedente del futbol total de La
Naranja Mecánica. Fue tan grande su leyenda que, en vida del capitán, el hogar del MTK se llamó estadio Nándor.


El 2 de mayo de 1962, cuando se celebró la vuelta de semifinales ante el Valencia, Budapest hervía de fútbol. No se vivía solo del recuerdo de su selección, vanagloriada por la dictadura, sino de sus potentes equipos, y del ambiente de caldera que tenían sus estadios. A pesar del 3-0 en contra, se confiaba ciegamente en la remontada. El estadio explotó en vítores a la salida de los dos equipos. Imaginen las tribunas, la gente sentada fumando. Los fondos, curvos, de general de pie, ardiendo en aplausos. No necesitan mucha imaginación, pues en este estadio se filmó el famoso partido de Evasión o Victoria entre nazis y prisioneros.


Y ahí jugó el Valencia, mejor dicho, deleitó el Valencia, pues el resultado final lo dice todo, 3-7. Una goleada para la historia. Un hat-trick de Héctor Nuñez y sendos dobletes de Waldo y Guillot. El club xé llego a ir 1-5, al descanso el marcador era de 1-3. La séptima sinfonía de Beethoven, titulaba al día siguiente los periódicos. Incluso el presidente de la federación catalana de futbol, Don Julià de Campany, testigo del partido, dijo que había sido todo un recital y que su Barça lo iba a tener difícil con estos en la final. Proféticas palabras.

Como dice la canción, el fútbol ya no es lo que era. Al acabar el partido los jugadores rivales, espontáneamente, se abrazaron, pues se sabían triunfadores los 22, ya que habían ofrecido un espectáculo inenarrable. Si este deporte se creó, fue para tardes como aquella. Después de la ducha, y de cambiarse, el MTK, club señor, ofreció una cena para el club visitante y ganador, repito, de forma espontánea, donde las palabras de hermandad y de felicitación mutua aliñaron el menú. Fuera del restaurant, los aficionados esperaban para seguir
ovacionando a los suyos, y a los rivales. Obviamente, todo esto lo tapó la prensa española, ya que los comunistas no tienen sentimientos, como proclamaba la dictadura franquista.

Historias bonitas del fútbol que nos gusta, el de antes, el que tenía valores. Historia del Valencia que ahora cumple 60 años. Me gusta imaginarlos jugar de aquella manera en el césped donde después recrearon aquel partido los Pelé, Ardiles y Stallone. Aquel partido basado en unos hechos reales que ocurrieron en Ucrania, donde se demuestra que el fútbol sobrepasa a cualquier dictadura o guerra, y une a los hombres, los une en el pundonor y el respeto, en el juego limpio y el honor. Aquellos hombres, jugadores y directivos, que según estaba montado su mundo, se debían odiar, gracias al fútbol fueron hermanos, en el césped y en una mesa, compartiendo pasión y comida. El paraíso está cerca, está en las gradas donde sientas unos colores y los defiendas con honor.