Nacer el 30 de diciembre puede tener desventajas, al igual que ser portero, o al igual que ser canterano. Los tres requisitos los cumple Diego Díaz, aquel portero rubio que de tanto en tanto defendía la portería del Atlético en los tiempos de Abel. Sí, fue Diego el portero que encajó el histórico gol de Zalazar, aunque tampoco vamos a echarle la culpa ante tal inesperado obús.
Diego creció en el Atlético de Madrid, incluso ascendió con el Atlético Madrileño a Segunda División. Esperó como tercer portero del primer equipo el turno de desbancar a Mejías y Abel. Eran principios de los 90, y tuvo oportunidades, incluso se le veían condiciones para ser el portero del futuro rojiblanco cuando se ponía sus pantalones largos y sus guantes marca Reusch. Marchó cedido al Sporting, donde la portería llevaba el nombre de un tal Ablanedo y volvió a la temporada siguiente. En 1995, con la llegada de Molina al Calderón, la cosa ya se puso realmente difícil y tuvo que salir a encontrar curro en otra parte.
Fichó por el Real Valladolid, donde se encontró a otro porterazo llamado César Sánchez, y buscó en Xerez y Toledo la gloria que no pudo encontrar en Primera. Finalmente se retiró en 2001 en la Real Sociedad Deportiva Alcalá, en Tercera División.
Tras retirase volvió a su casa, el Atleti, para dedicarse a entrenar a los porteros de las categorías inferiores. Les advierte que para triunfar hace falta tener agilidad, potencia, rapidez… y sobre todo cabeza. A él le faltó suerte, cualidades para triunfar tenía.
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