Marcos Rafael Cañas Pelayo
Uschi Müller es una mujer repleta de coraje. No pierde el tiempo en criticar una situación que es dramática e injusta. Simplemente, se centra en hacer aquello que está en su mano, lo que se puede brindar cuando nos amenaza el ojo del huracán. Atiende al diario alemán Bild con calma en pleno invierno de pandemia. En un mundo equilibrado, estaría sonriente junto a su esposo, quien está próximo a cumplir nada menos que 75 años.
El nombre de él es Gerd Müller, alguien que no necesita presentación en los mentideros futbolísticos. Cuarenta goles en una temporada liguera, más tantos (68) que encuentros disputados con su selección absoluta (62), todos los títulos posibles con el Bayern de Múnich, etc. Sin embargo, uno de los principales protagonistas de aquellas gestas del club muniqués y su país no recuerda nada de eso.
“Siempre fue un luchador, siempre valiente, durante toda su vida. Y lo es ahora. Gerd está durmiendo hacia su final. Es tranquilo y pacífico, y no creo que tenga que sufrir”. Decía Homero, a través del fantasma de Patroclo observando a Aquiles, que “Duermes y me olvidas”, aludiendo a la frágil memoria de los mortales. Con todo, hay tantos instantes repartidos por el ariete que es imposible que caigan en el abismo que diseña esa pesadilla conocida como Alzheimer.
Los adoquines fueron los primeros testigos del instinto en marcha. Averigua dónde irá la pelota y actúa en consecuencia. Giros callejeros ante algunos de los mejores defensas de Europa. Trampas de un muchacho introvertido ante tipos más fuertes y altos. Al final, un pequeño saltito y mano alzada como sobria celebración al conseguir una de las destrezas más complicadas en la cancha.
La enfermedad no puede llegar a todas partes. La cabeza que tantos esféricos llevó a visitar la red no tiene ahora esas imágenes. Irónicamente, sucede igual que con su famoso tanto en el Santiago Bernabéu que ni las cámaras pudieron captar. Corría el año 1975. El miedo escénico fue desactivado por el goleador infalible, quien, pese a los esfuerzos de Benito, volvió a “torpedear” en el Olympiastadion al Real Madrid con un doblete de goles en el primer tiempo.
Nunca podremos ver ese gol, solamente existe en crónicas. No obstante, hoy escogemos a nuestros testigos para recordar lo que no merece ser olvidado, el legado de un tipo imborrable y parte consustancial de la Bundesliga que tenemos hoy día.
Las memorias del Káiser
La mente de Franz Beckenbauer fascinaba a Johan Cruyff. En ocasiones, el astro holandés paraba el vídeo. El mejor líbero del mundo tenía el balón, oteaba el horizonte y terminaba decidiendo mandar la bola al cuarto anfiteatro. “¡Qué raro! Este, con lo que sabe jugar, ¿por qué ha hecho eso?”. Cruyff rebobinaba, iba deteniendo la imagen, estudiaba las posiciones en el campo y terminaba asintiendo. “Llevaba razón Beckenbauer. Era lo mejor que se podía hacer”.
A sus 75 años, la lucidez de a quien apodaban el Káiser en el césped se mantiene intacta. Presidente honorífico del Bayern de Múnich, su opinión sigue siendo escuchada y respetada en el club al que hizo grande. No es tampoco una personalidad fácil, incluso entrenadores como Pep Guardiola supieron lo que era ser azotados por los comentarios de un referente futbolístico implacable cuando se trata de intentar ganar.
Tampoco se caracteriza su trayectoria por regalar elogios. Su Die Mannschaft, campeona en el Mundial de Italia (1990), podría dar fe de lo amenazante que podía llegar a ser la bronca de un fenómeno deportivo que se inició en las duras calles de una Alemania en reconstrucción. Por ello, es tan significativo un momento inolvidable, un instante que perdura en el recuerdo colectivo del Káiser y que, a buen seguro, sigue acudiendo cuando observa el espectacular Allianz Arena.
“Sin Gerd Müller, probablemente seguiríamos en la cabaña de madera que era nuestro club”. Las palabras fueron pronunciadas sin ironía con motivo del quincuagésimo cumpleaños de su socio más infalible, el número 9 al que mandar balones confiando en su centro de gravedad, atípicamente bajo. En campos embarrados, los movimientos de espaldas y forma de girarse del ariete no tenían precedentes en Europa.
Tal vez ante el gran vaso cristalino de alguna cerveza artesana, Beckenbauer deje volar la imaginación y vea una historia diferente. La acción transcurre en un edificio en Nördlingen, ciudad a caballo entre Nuremberg y Múnich. Abre la propietaria del apartamento, quien descubre que son ojeadores interesados en saber más sobre su hijo, un chico tímido de dieciocho años de edad. Pronto, el nombre Borussia de Mönchengladbach surge.
El Káiser suspira. Recuerda años de pulso por la hegemonía de la Bundesliga. Dos clubes jóvenes, surgidos de la segunda división, goleadores y con ganas de comerse el mundo. Su rivalidad deportiva con Günter Netzer, alma de aquel conjunto vertiginoso comandado por Hennes Weisweiler. La idea de un combo Jupp Heynckes-Gerd Müller provoca un rictus de preocupación en el semblante de un tipo que estaba tranquilo siempre subiendo el balón sin bajar la mirada, convencido de que la pelota le obedecería. Uli Hesse, uno de los grandes historiadores del fútbol bávaro, incondicional del romántico Gladbach de los 70, considera al Bayern como el Darth Vader de aquel épico duelo. Siempre afirma que ese nueve bajito y de piernas pesadas de quien el entrenador Cajkovski no quería saber nada al principio, era lo que el dinero no podía comprar. Goles y goles.
Beckenbauer suspira. Incluso ante uno de sus padres futbolísticos, Helmut Schoen, sabía que podía presionar tras el descalabro de 1974 ante la RDA. En todos sus pulsos, el emperador Franz sabía que tenía el apoyo del olfato e instinto ante la portería. Gracias a él, escaparon de esa cabaña para siempre.
Uno de los nuestros
Dicen que los verdaderos delanteros nunca dejan de serlo. El veterano caballero de Hamburgo, por trajeado que vaya, sigue manteniendo el alma de un 9 puro. Durante mucho tiempo, las palabras uns Uwe (“nuestro Uwe”) le llenaban de gozo. Uwe Seeler es uno de los pocos individuos que puede presumir de haber anotado al menos un gol en cuatro Copas del Mundo diferentes.
Hay muchos goles en su memoria, recuerdos que se van mezclando. Rozó en muchas ocasiones alzar esa esquiva copa dorada. Con la cinta de capitán, viene a su mente la expedición a tierras mexicanas, un campeonato diferente a todos los anteriores. La del mejor Brasil que el mundo nunca vio, un torneo tan colorido y llenos de encuentros emocionantes que casi pareció irreal.
Recuerda el debut en suelo azteca, siempre un duelo traicionero ese inicio. Marruecos se adelantó por mediación de Houmane Jarir, quien sorprendió al excéntrico y genial Sepp Maier. Como de costumbre, la grada grito uns Uwe cuando el guerrero con el numero 9 a la espalda marcó en el minuto 56 con uno de sus potentes tiros rasos. Seeler era consciente de que aquella cuarta participación iba a ser la última, dejándose el alma y brindando algún “tijeretazo” que volvió loco al respetable como el día frente a Perú.
Con todo, aunque fue él quien batió por primera vez al felino Allal Ben Kassou, notó que el flujo de la Historia de su selección Federal estaba cambiando. Como Sila al ver cabalgar al joven Pompeyo, el gran general notó los rayos del Sol Naciente. Faltaba poco para terminar, el recién incorporado Hennes Loehr conecta un cabezazo que debería ser gol, aunque impacta en el larguero. Hay varios a la caza, pero la pelota parece ofrecerse con descaro al joven Gerd Müller quien remata a placer. Desde entonces, ese romance continuará todo ese verano.
Tripletes ante Bulgaria y Perú. El capitán bávaro sabe como pocos sobre su oficio, está asistiendo al surgimiento de Der Bomber der Nation. Infalible, alguien con quien Seeler se alegrará de contar cuando Inglaterra, sus verdugos el Mundial anterior, se pongan 2-0. Beckenbauer señala el camino, quizás recordando todavía su marcaje a Bobby Charlton en Wembley.
Ante un Sol de justicia, la despejada cabeza del capitán conecta un cabezazo de espaldas que sorprende al infalible Gordon Banks. El joven Müller es el primero en correr a abrazarle. Fuerzan la prórroga con ambas escuadras puestas al límite de la resistencia. El mito del Hamburgo SV asiste casi como espectador de lujo a una postal que será frecuente en los años venideros. Grabowski, uno de los acertados movimientos de banquillo de Helmut Schon, inicia una jugada que la cabeza de Lohr peina, la pelota se mueve casi caprichosamente para que la encuentre un Müller que fusila con tan poca estética como falta de piedad. Seeler sonríe. Tantas veces no puede ser casualidad, hay mucho más que buena fortuna en ese muchacho.
Esperaba Italia, un partido épico con Beckenbauer comandando con el brazo en cabestrillo. Ni siquiera dos goles milagrosos de Müller colándose entre las barricadas protectoras de Dino Zoff evitan la caída. Sin embargo, el capitán sabe que ha dejado el futuro del área teutona en las mejores manos posibles.

El honor del depredador
Ronaldo “El Fenómeno” es uno de los prodigios más grandes que ha visto el fútbol. Durante el Mundial de Alemania (2006), solamente hay un monotema en su cabeza “El récord”. El ariete de la canarinha llega a obsesionarse con el asunto. Naturalmente, lo logra. Quince goles para batir el legendario registro de Gerd Müller. Incluso parece que algo de esas energías se pierden en la eliminación brasileña ante la Francia de un Zinedine Zidane en su canto de cisne.
Las reacciones del ego suelen ser desmesuradas, máxime en un oficio, el de cañonero, que casi premia ser egoísta. Hasta algún diablillo en la cabeza, todavía sin el maldito Alzheimer, de Müller le recordaría su gol anulado en la final de la Copa del Mundo ante la Naranja Mecánica que habría sido su segundo tanto en aquel partido histórico. “No me sorprende nada de lo que haga Ronaldo”, declara un tipo sonriente de barba blanca, felicitando al portentoso delantero. Su único apunte es para rememorar a otro mito del gol: Just Fontaine, autor de 13 tantos en el campeonato de Suecia (1958), injustamente olvidado por los medios al hablar de la hazaña superada. Un mito preocupado por el recuerdo de otro.
En el domicilio de los Müller hay muchos trofeos y camisetas. Una de ellas resulta llamativa, de color azulgrana y con el 10 a la espalda. Una firma rosarina en 2013 deja una dedicatoria en castellano: “Para Gerd Müller. Mi respeto y admiración. Un abrazo”. Se trata de una pieza de caza mayor, dedicada por alguien que con 91 goles batió una marca de cuatro décadas: los 85 goles en una temporada natural del ariete del Bayern.
Lo decía Uschi Müller, tranquilidad, valentía y bonhomía. Paul Breitner, un Beatle y revolucionario en las filas del Bayern, defensa y mediocampista genial, se admiraba de cómo en cada playa su compañero iba firmando ante la inmensa cola de personas admiradoras ansiosas de tener un recuerdo del ídolo. Igual que el instinto, una condición natural que no puede arrebatar ni la neurodegeneración.
“Para mí es un honor que Messi me supere”, afirmó sonriente, recordando lo simpático que le parecía la figura del 10 blaugrana. En una esfera tan proclive al narcisismo, Müller no ha sacado la calculadora ni empequeñecido logros ajenos. Tampoco quiso cuando podía haber especulado con su papel de haber jugado en esta época.
El efecto es búmeran, cuando un compatriota especial, Miroslav Klose, un esforzadísimo buscador de goles, bate incluso la marca de Ronaldo. “Ni se me ocurriría mencionarme al mismo nivel que Müller”, afirma con humildad el ariete de origen polaco. El ex 9 del Bayern corresponde: “Era solamente una cuestión de tiempo que lo hiciera. Estoy absolutamente encantado por su logro”.
En ocasiones, ese honor puede ser complicado. Probablemente, en la cancha había pocas cosas que asustasen a Müller. La retirada lo logró. Durante mucho tiempo, se le había visto como una especie de leyenda, un infalible Wyatt Earp de barbada sonrisa. El demonio en la botella fue la atinadísima expresión que los guionistas y dibujantes de Iron Man crearon para recordar que incluso un Hombre de Hierro puede caer en la adicción.
Incluso en esa desgracia pudo confirmarse su grandeza. Los veteranos del Bayern y la institución empezaron a coordinarse. Era el momento de pagar la vieja deuda contraída, estando el histórico club a la altura, consiguiendo que trabajase con sus categorías inferiores, que fuese el embajador del Bayern y hablase con los delanteros del equipo cuando entraban en crisis.
Karl-Heinz Rummenigge era uno de los que recordaban. Se veía como un tímido muchacho que iba a compartir área con una leyenda. La palabra “usted” no dejaba de salir de su boca a cada diálogo. Al poco, el 9 del Bayern le sonrió: “Llámame Gerd que estamos jugando en el mismo equipo los dos juntos”.
Hay cosas que no se olvidan. Müller está en las manos de Uschi y no podría haber deseado mejor opción para el último partido. En cuanto a su legado deportivo, volvemos a ese rincón de la memoria de Beckenbauer, aquel líbero que era su compañero de habitación en las concentraciones. “¿Gerd Müller? Gerd Müller es el origen”. Palabra del Káiser.
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