Miquel Sanchis
Un sabio del fútbol me dijo una vez que absolutamente todas las experiencias de la vida las había vivido a menor escala en un campo de fútbol. Mi experiencia personal es que a veces, hasta las más crueles, desgraciadamente me ha tocado vivirlas sobre el mismo césped. La primera semana de julio tiene efemérides muy trágicas, que con el paso del tiempo no cesan de estremecer. Pero también por estas fechas se han disputado los partidos más importantes de las grandes citas, semifinales y finales de mundiales, partidos y de esos que nunca vamos a poder olvidar.
SEMANA DEL 2 AL 8 DE JULIO

EL 2 de Julio de 1994 fue asesinado Andrés Escobar. Diez días antes el zaguero colombiano marcó en propia puerta el gol que eliminaba a Colombia del mundial de EEUU 94. Los hermanos Pedro David Gallón Henao y Juan Santiago Gallón Henao, vinculados al narcotráfico, acabaron con la vida del futbolista en una época difícil en Colombia.
Andrés Escobar solo tuvo un club en Colombia, Atlético Nacional. Allí jugó en dos etapas separadas por su experiencia en el Young Boys suizo. En el momento de su asesinato, se especulaba con su fichaje por el Milan.

El 3 de julio de 1990, la selección de Argentina batía en la tanda de penaltis a la de Italia y se clasificaba para la final de un mundial en el que la albiceleste había comenzado renqueante y con la lesión de su meta titular, Nery Pumpido. No obstante, el arquero que partía como suplente, Sergio Goycochea, se convirtió en el héroe del torneo y si ya había tenido protagonismo en los penaltis contra Yugoslavia en cuartos, aquel 3 de julio se convirtió en leyenda al atajar los disparos de Donadoni y Serena.
Sergio Goycochea fue considerado mejor portero argentino de los últimos 30 años, fue apodado “el anti-penal” por su habilidad para atajar penaltis. En un mundial de prorrogas y tandas de penaltis él fue el gran protagonista. Paralelamente hizo su carrera de modelo y ahora es presentador de televisión.
Alfredo Di Stéfano nació en Buenos Aires un 4 de julio de 1926, y jugó mucho en la calle, con cualquier cosa, y en el Club Social y Unión Progresista hasta que el Club Atlético River Plate le citó para una prueba en 1944. No tardó en deslumbrar con su elegancia con la camiseta de la franja. En 1949, aceptó una gran oferta del fútbol colombiano, y fichó por el Club Deportivo Los Millonarios de Bogotá. En aquella época, la Federación Colombiana no estaba suscrita a la FIFA, pero en su campeonato jugaban los mejores futbolistas de América. Allí jugó hasta 1952 deleitando con su clase y sus goles.
Entonces se fijaron en él Real Madrid y Barcelona, y se vivió un auténtico culebrón y una batalla por ficharle, siendo posiblemente el fichaje más polémico de la historia. La FIFA consideraba ilegal el campeonato colombiano y por ello no quedaba claro con quién había que negociar su pase, si con Millonarios o con River, o con los dos. Al final, y cuando parecía que el Barcelona se había anticipado a la jugada, Di Stefáno fichó finalmente por el Real Madrid.
Y cambió la historia del club merengue, con sus clases magistrales de control del balón e inteligencia futbolera. Sus movimientos, su percepción del juego, su visión y su creatividad que nunca antes se habían visto en un terreno de juego. Estuvo 11 temporadas en el club blanco, ganó las primeras cinco Copas de Europa de forma consecutiva que convirtieron al Real Madrid en el mejor club del mundo. Además ganó también una Intercontinental, dos Copas Latinas, ocho Ligas y una Copa de España. Jugó muy poco con la selección argentina y con la española, y a la Saeta Rubia no le hizo falta lograr ningún mundial para ser considerado el mejor futbolista del mundo. En 1964 puso rumbo a Barcelona, pero al Espanyol, y en el club perico colgó las botas porque sus hijas le dijeron que “Papá, calvo y con pantalones cortos, no quedas bien”.
Dejó de jugarlo pero siguió ligado al fútbol. Entrenó al Elche, a Boca, al Valencia, al Castellón, al Rayo Vallecano, a River Plate y al Real Madrid, donde también fue presidente de honor. En un fútbol plagado de ridiculeces, de futbolistas que fingen, de teatros y de revolcones de mentira, se echa de menos los comentarios breves y directos que tenía Don Alfredo, hombre de fútbol sincero, que falleció el 7 de julio de 2014, recién cumplidos los 88 años.
Nos dejó mucho fútbol, la huella de su carácter inolvidable y la sabiduría de sus frases:
“Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”.

Di Stefano comentaba los partidos del Mundial de 1990 junto a José Ángel de la Casa, y aunque aquel mundial de Italia no pasó a la historia por el juego desplegado, sí que dejó imágenes para el recuerdo. Los bailes del camerunés Roger Milla en cada gol, las extasiadas celebraciones del revulsivo Squilacci, la guerra de scupitajos entre Rijkaard y Voëller, el “me lo merezco” de Míchel o la cara roja de un joven Paul Gascoigne llorando a lágrima viva.
Gazza se salía en aquellos años, y era un referente en la selección inglesa de Bobby Robson. Su juventud, su lucha incansable y su buena técnica le convertían en una de las mayores promesas del momento. El 4 de junio de 1990, durante las semis contra Alemania, le mostraron una tarjeta amarilla que le apartaba de la hipotética final ante Argentina. No se pudo contener, echó a llorar sobre el césped de Delle Alpi.
De todos modos, y aunque Inglaterra sucumbió en los penaltis ante la potente Alemania Federal, Gazza ya había dejado una de las imágenes que te marcan para siempre.


El 5 de julio de 1982, en el extinto estadio de Sarrià, se jugó un partido entre Italia y Brasil que pasaría a la historia como uno de los mejores partidos que se han disputado en un mundial. Tarde de lunes
mucho sol en Barcelona
y espectáculo inolvidable entre dos selecciones con dos estilos completamente contrapuestos. Venció Italia, que días más tarde ganaría aquel Mundial del Naranjito.
En el recuerdo de aquel partido, el férreo marcaje de Gentile a Zico.

El 7 de julio de 1992, Roberto Gama de Oliveira “Bebeto” aterrizaba en La Coruña para fichar por el Deportivo. No vino solo el máximo goleador brasileño, un tal Mauro Silva le acompañaría en la aventura. Juntos iban a revolucionar al Depor, la Liga e iban a dejar un chiste para la posteridad
Era también 7 de julio, pero de 1974, el día que Alemania levantaba su segunda Copa del Mundo. Capitaneados por “el Kaiser” Franz Beckenbauer, la generación de los Maier, Breitner, Vogts, Müller y compañía tuvo que sudar de lo lindo en la final para doblegar a la sensación del mundial, la naranja mecánica de Rinus Michels y Johan Cruyff.


La selección alemana, tan potente siempre en las grandes citas, también fue protagonista el 8 de julio de 1982, cuando logró vencer en las semifinales del Mundial a Francia, en un partido que fue reconocido como la “Batalla de Sevilla”. De aquel partido es imposible no recordar la salvaje entrada del guardameta alemán Harald Schumacher al atacante francés Patrick Battiston que quedó gravemente lesionado. El portero alemán demostró ser una mala persona en aquella jugada. Ni si quiera fue a disculparse, ni a mirar como se encontraba, simplemente puso la pelota en el área pequeña y esperó a que retirasen al francés en camilla para iniciar el saque de meta. No se pitó falta.
Y no dejamos de hablar de la selección germana porque otro 8 de julio, de 1990, conseguía su tercera Copa del Mundo. Esta vez los protagonistas eran los Matthaüs, Klinsmann, Brehme, Voëller, Illgner y compañía, que vestían posiblemente la mejor equipación de la historia del deporte rey, nuestro amado y odiado fútbol.

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