El fútbol cambió un 5 de julio

Marcos Rafael Cañas Pelayo

Sintió algo diferente. Durante semanas, la Copa del Mundo había sido una pequeña decepción personal, pese a estar recibiendo elogios de prensa y aficionados de todo el globo. No en vano, algunos pensaban que, a veces, aquel tipo de pies minúsculos y atalaya de más de 1´90 de altura, era demasiado inteligente para su propio bien. Sócrates cruzó la mirada con Dino Zoff, el meta transalpino curtido en mil batallas. Ambos capitanes se cercioraron de que el disparo del astro de la canarinha entraba raso y por el minúsculo ángulo que dejó el cancerbero en la portería de Sarrià. 

Sabedor de que el mito juventino vivía en aquellos instantes de su carrera más de su privilegiada colocación que de los reflejos, el atacante tuvo la confianza de que no se agacharía a tiempo. Pese a ello, el dueto sintió que la jugada iba a ser anulada. El centrocampista juzgaba que partió de posición correcta, pero era muy normal que, en caso de duda, el linier hubiera optado por la prudencia, máxime en un duelo que era la llave de unas semifinales mundialistas. 

Lo siguiente que notó fueron las lágrimas de Zico, quien corría a abrazarse con él, tras toda una tarde batallando con Gentile, camisa rota incluida. Casi como arrastrado en un sueño, Sócrates Brasileiro Sampaio recordaría poco de cómo terminaron siendo una piña amarilla donde Falcâo le susurro algo al oído. Miraron también el reloj, faltaba muy poco, mientras la danza y tambores volvían a escucharse en el feudo del Espanyol. Hacía tan poco que Paolo Rossi, el capocannoniere en el camino a su redención, logró silenciar a todo Brasil que parecía mentira aquel 3-3 en el marcador. 

El final tuvo todo lo que precisaba un encuentro para convertirse en un clásico. Giancarlo Antognoni se desesperó ante un gol injustamente anulada para la azzurra, mientras que Zoff obraba su enésimo milagro de la velada al atajar sobre la línea un precioso cabezazo de Oscar. Nunca un empate fue tan festejado por la escuadra sudamericana con tres entorchados mundiales, pero que en 1974 perdió su esencia de jogo bonito

EL FÚTBOL CAMBIÓ UN 5 DE JULIO

Johan Cruyff, la leyenda del Ajax, dedicó elogiosas palabras a la propuesta valerosa de Telê Santana. Aunque algunos medios brasileños cuestionaron el rendimiento en el área de Serginho, la fiabilidad de Peres o incluso la magia de Cerezo, cuya confusión con Leandro provocó una de las estocadas de Rossi, el resto del planeta deportivo caía rendido ante la evidencia: esa camada era algo diferente, llevar la pelota al realismo mágico. 

Con gesto serio en el aeropuerto, Gentile habló de que, pese a la opinión de Cruyff de señalar a Sócrates como mejor jugador del torneo, quien más le impresionó fue Zico. A diferencia de la zurda mágica de Maradona, El Pelé Blanco se comportó en todo momento como alguien imposible de alterar. Golpeados por la prensa transalpina más exigente, el conjunto de Enzo Bearzot se marchaba pensando que cayeron precisamente el día que jugaron mejor. 

Mirando desde las alturas la Ciudad Condal, el curtido Zoff reflexionó en el avión sobre aquel instante con Sócrates. Ciertamente, aquella figura barbuda despertaba su simpatía. En Las Ramblas, reporteros y aficionados pugnaban por la oportunidad de tomarse un café con él o, simplemente, entablar una charla. De un modo que no sabía explicar, pensaba que ambos vivieron esa situación en el pasado, aunque con resultado distinto. Al poco de regresar, comunicó a la familia Agnelli que colgaba los guantes. 

Mientras tanto, la concentración brasileña todavía estaba despertando de una noche eterna. Con todo, incluso en esa hora alegre, Santana recibía reclamaciones. Un icono como Kubala urgía en Mundo Deportivo a replantear la posición de su 9 y tomar mejores recaudos atrás, aunque apostillaba el húngaro: “En aras de preservar el arte y a quienes verdaderamente les gusta el fútbol”. 

A Santana le sorprendió la calma de Sócrates, uno de sus hijos deportivos. Supo por sus asistentes que tuvo una larga charla telefónica con su familia, reunida en Ribeirâo Preto, donde su padre invito a amistades y periodistas a ver el vertiginoso choque. El espigado centrocampista dijo poco, pero se mostró emocionado por las lágrimas que le dijeron tenía su hermano Raí y, particularmente, por la conversación con su progenitor. 

Raimundo Vieira recorrió muchas millas hasta encontrar su sitio. Lo hizo gracias a su participación en un antiguo ritual de cortejo en una ciudad del Amazonas. Allí conoció por primera vez a Guiomar Sampaio de Souza. Ahora, residentes en una de las zonas más ricas de Brasil, insistían a su prole en la importancia de usar la biblioteca familiar y ser ciudadanos cívicos, especialmente con quienes no poseían su fortuna. 

Sócrates escuchó a Seu Raimundo con calma. Si bien era un gran conversador, habló poco aquella velada. Más allá del doblete goleador, el orgullo familiar venía por otras cuestiones. No solamente era un deportista de élite. Se trataba del Doutor Sócrates, un ejemplo que podía marcar la diferencia. El buen doctor tenía sus demonios, pero junto con líderes como Zico prometió que nada de tabaco y alcohol durante la concentración para alcanzar el pico de forma de sus carreras. Superada la peligrosísima Italia, el cielo parecía el límite. 

Santana le notó más concentrado que nunca. Luego escuchó las risas de Leandro, Júnior y Cerezo en las habitaciones. Se sintió como un general a punto de lanzar una carga de caballería donde no habría vuelta atrás. Aquellos futbolistas eran amigos, una familia. Morirían con sus armas. 

El Camp Nou fue testigo de otro encuentro de alto voltaje. Mlynarczyk resistió hasta la segunda parte. Cuando oteaba el espectro del tiempo suplementario, Falcâo amagó al borde del área polaca. Los Dziuba y compañía estaban prevenidos de la maniobra con la que logró perforar la meta de Zoff, por lo que cortaron bien el camino del presumible momento de armar la pierna. Justo entonces surgió Éder para recibir un pase que mandó a la escuadra. 

“Con Boniek habría sido todo diferente”, reconocía galantemente un Santana emocionado ante los aplausos al comparecer en rueda de prensa. Solamente quedaba recibir las noticias de Sevilla. 

LES PLUS BELLES VOIX

Se separaron de sus familias en hotel La Barranca de Navacerrada, un merecido oxígeno otorgado por Michel Hidalgo para una Francia, por momentos, deslumbrante. Viajaron a tierras hispalenses con el convencimiento de tener el bloque ideal y el líder adecuado, Michel Platini. 

El resto es historia conocida. Un medido pase del capitán galo acaba con Patrick Battiston frente la imponente figura de Toni Schumacher, quien arrolla al atacante sin que se sancione siquiera falta. Los de Hidalgo parecen desconcentrarse, preocupados por un compañero que se marcha en camilla y conmocionado. 

En los minutos de descuento, Manuel Amoros lanza un fortísimo disparo desde fuera del área que Schumacher alcanza a rozar con los dedos, estrellándose el esférico en el larguero, dando un efecto caprichoso que llevará a la pelota a botar más allá de la línea. Breitner, el veterano con más galones, protesta la decisión, pero el colegiado termina concediendo el tanto. 

Triunfo 2-1 con dedicatoria para Battiston, quien ha perdido algunos dientes y sufre fuertes molestias en las vértebras, aunque siente que ha merecido la pena cuando le comunican la feliz noticia para les Bleus. “El espejo fue Brasil. No se desesperaron contra Italia y nosotros hemos seguido ese ejemplo. Amoros lanzó con la convicción de Falcâo”, afirma un sonriente Hidalgo. El míster termina sentenciando “Será el futbol champagne contra el equipo que mejor juego ha mostrado este torneo”.

La cita definitiva será el 11 de julio de 1982 en el Santiago Bernabéu. El feudo del Real Madrid ha vivido noches míticas, pero los análisis invitan al optimismo, puede que el campeonato nunca haya tenido una final con mayor potencial para enganchar a la audiencia. Las reventas se disparan en los puntos estratégicos de la ciudad española. 

¿PERDIMOS? MEJOR PARA EL FÚTBOL

Si bien todo eran sonrisas frente al exterior, el viaje a Madrid del combinado brasileño fue tenso. Gilberto Tim orquestó una reunión a tres bandas tras una nueva discusión entre Éder, el héroe ante Polonia, y Sócrates. Pese al éxito, el doctor expuso a su compañero, con Santana de testigo, que estaban cayendo en el individualismo. 

Uno de los mejores jugadores del torneo, Éder empezaba a considerar que los medios de comunicación minusvaloraban su aportación, puesto que el deslumbrante centro del campo acaparaba todas las portadas. Con ejemplos del duelo ante Italia, el capitán de la canarinha afirmó que estaban corriendo riesgos innecesarios por culpa de su búsqueda de protagonismo y pases largos, en lugar de recurrir al toque corto que los llevó a exhibiciones en el mismo Wembley. 

Muchos años después, el corresponsal Andrew Downie buscaría reconstruir esa entrevista tensa de la que no quedaron pistas una vez saltaron al césped ante Francia. Éder y Sócrates eran amigos personales, si bien compartían visiones distintas sobre cómo debían plasmarse las ideas de Santana.  

Las cámaras de RTVE captan una imagen para la historia. Sosteniendo el banderín de Francia, Platini se detiene y observa fijamente a Zico. Con Maradona en el horizonte, el tributo al mejor de esta generación dependerá de detalles. Si él o el genio del Flamengo salen triunfantes, podrán inscribir sus nombres en el panteón. Los dos dieces han hecho maravillas en la península, pero solamente uno podrá salir victorioso la velada. 

El análisis del duelo de titanes lleva a mutaciones inesperadas. Menotti critica severamente en El Gráfico los arbitrajes beneficiosos recibidos por Brasil, especialmente ante la URSS y con la albiceleste. Pareciera que El Flaco estaba yendo contra su propia conciencia, mientras que quien suena como su recambio, Carlos Salvador Bilardo, escribe en otros medios de forma elogiosa sobre Santana, pese a ser casi antagónicos. 

El 3-3 se convertirá en un objeto de culto, una futura visita frecuente de resúmenes de YouTube y momento emblemáticos. Incluso el sobrio estilo narrando de José Ángel de la Casa se quiebra en su voz ante la majestuosa falta de Zico o la volea de Marius Trésor, quien dedica su lanzamiento imparable al convaleciente Battiston. 

Sócrates es mención aparte, desde su sombrero al elegante Jean Tigana, pasando por cómo deja que le atraviese las piernas un medido pase de Cerezo, dejando a Serginho para empujar el balón ante Jean Luc Ettori. El legendario Pelé bromearía diciendo que, igual que sucedió con un mítico no-gol suyo, será por siempre la mejor asistencia no concretada jamás en una final de Copa del Mundo. 

Con 3-2 a favor en la prórroga y suplentes como Castaneda a punto de invadir el campo, Sócrates encuentra la última pausa para atraer defensores y dar un taconazo a Falcâo, quien confirma su cañón con la zurda. Algunos mentideros se mostrarán muy críticos con Hidalgo y Santana, quienes nunca especulan en un tiempo extra absolutamente alocado, una mezcla del ritmo de las comedias de Billy Wilder con lo spaghetti western de Sergio Leone. Un duelo que llega hasta el anochecer madrileño. 

Tras el sorteo, Platini logrará que los suyos lancen primero. El astro galo considera que es mejor marcar el ritmo en estos fatídicos once metros. Engaña a Peres y, por primera vez, le festiva grada franco-brasileña queda muda hasta que se vaya golpeando cada sentencia por el título, la primera vez que ocurre. 

Santana lo ha barajado y acuerda que Sócrates será el primero, con Zico reservado para el último disparo. Galinho será el único que se quede sin probar suerte. El Doctor, quien toma poca carrerilla, termina viendo como el penalti acaba escapándose arriba por poco. Aunque queda esperanza, un halo trágico parece presidir el resto de la función. Éder se abraza poco después con él. Sócrates no rehuirá a la prensa posteriormente.  

“¿Perdimos la final? Mejor para el fútbol. Creo que se hablará de este partido dentro de muchos, muchos años”. Placar dedicará poco después un emotivo monográfico al primer equipo que pierde desde los once metros en el máximo torneo internacional. La estampa de Michel Platini recibiendo la copa de las manos de Juan Carlos I da la vuelta al mundo y Diego Maradona afirmaría, años después, que era una de las estampas que tenía presentes durante su preparación para México. 

EPÍLOGO: UNA NOCHE EN PESCARA

1990. Celebración de la retirada de un histórico, Júnior. Incluso Bearzot y Santana desempolvan pizarras para la ocasión. El lugar de la revancha es Pescara, aunque vuelve a caer del lado brasileño. Zoff no está en condiciones de vestir de corto, pero acude al enfrentamiento movido por una extraña curiosidad. 

Al finalizar el amistoso, vuelve a cruzar apretón de manos son Sócrates. Sienten, otra vez, esa extraña sensación de déjà vu. Comparten bromas y anécdotas. Cada uno ocupa un lugar especial en dos países de profunda tradición futbolística. De alguna forma, perciben que nada podría haber cambiado eso. Finalmente, el icono de la Vecchia Signora se anima a preguntar: “¿Has pensado alguna vez si ese linier hubiera anulado el gol…?”. El brasileño disimula una sonrisa: “El mundo habría seguido girando. Fue un partido divertido”.