Alfredo Pérez
La vida está construida de recuerdos. Nada más y nada menos. El gol de Nayim es uno de los recuerdos de la historia del fútbol.
Cuando Víctor Fernández llegó al primer equipo del Real Zaragoza tenía solo treinta años y era el entrenador más joven de primera división. Los papeles hablaban de su novedoso sistema y la alegría de su juego, corría el año 1991 y las piedras de aquel equipo se ordenaban lentamente formando una pirámide de identidad fascinante que solo cuatro años después tocaría el cielo.
Fue en París, contra el Arsenal, un diez de mayo, en el estadio del Parque de los príncipes de París. Posiblemente ese día se marcó el gol de la victoria más recordado en una final Europea. Aquel equipo había alcanzado una plenitud total esa temporada. El negro Cáceres era un pitbull en defensa, el chucho Solana y Aguado eran auténticos káiser, Belsué no se cansaba nunca, Santi Aragón y Nayim manejaban una computadora en el centro del campo, Pardeza y el paquete Higuera eran bajitos pero saltaban más que nadie, Gustavo Poyet y Juan Eduardo Esnaider ponían la sangre en el marcador y el carácter en el verde, y Andoni Cedrún era un ciprés de mil ramas en la portería. Un equipazo. Ese día, frente a ellos, estaba el vigente campeón de la recopa, el Arsenal londinense. David contra Goliat. Nadie olvidará nunca ese equipo ni la jugada que el destino le regaló esa noche porque el Dios del fútbol es caprichoso y egoísta como nadie. Con empate a uno en el marcador y a falta de tres minutos, Víctor Fernández sabía que los penaltis eran inminentes y cambió a García San Juan por Geli para que este lanzara desde los once metros. El movimiento de ajedrez obligó a Nayim a cambiar de banda durante tres minutos. Solo tres minutos. Y justo entonces quedó en esa banda un balón muerto. Si fuera otro jugador no hubiera salido bien, si fuera antes tampoco, si fuera después les hubieran esperado los penaltis, pero no, fue justo en ese momento y allí estaba Nayim, que controló con el pecho y lanzó un pelotazo altísimo, sin sentido, desde cincuenta metros, fruto del cansancio, como quien achica balones desaguando un barco. Una parábola que subió al cielo y cayó violentamente con nieve como una bomba en la portería de David Seaman. Gol. 2-1. La Virgen del Pilar en el césped. José Ángel de la Casa gritando en la televisión. Inolvidable. Un milagro.
Esa noche, el padre de Nayim, le dijo entre lágrimas a su hijo que ya se podía morir tranquilo.
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