Sergi Aljilés
Corrían los primeros noventa y mi pasión por el Valencia ya no tenía freno. El recuerdo de mi primera visita a Mestalla estaba muy presente en mi memoria, alimentado por las narraciones de Canal Nou los sábado por la noche (qué grito cuando marcó Robert el 2-1 al Madrid).Pero no era socio, no iba a Mestalla con asiduidad, el trabajo de los padres no permitía pagar un par de pases anuales; y estaba a merced del valencianismo militante de mi abuela. Y la yaya era tan ahorradora, como valencianista, así que en casa, por la tele y la radio se está muy bien y és més barat.
Recuerdo un viernes, el Valencia jugaba el sábado contra el Barça en la tele, y entre los compañeros se deseaba como agua de mayo que llegara el final del día, con la perspectiva de un fin de semana de Arabesco (discoteca de moda entre la chavalada valenciana de los primeros 90) por la tarde y un partidazo el sábado. Cuando, de cop i volta, toc toc, el profe de educación física abre la puerta y dice que tiene entradas gratis, GRATIS, para el futbol, que quién las quiere. Mi amigo y compañero de pupitre Vicente Pumuki (porque era más pelirrojo que un irlandés) y yo saltamos cual centellas, ¡¡¡NOSOTROS!!!; pero, cruel destino, eran unas entradas muy raras… ¿Levante UD? Ya que no sabíamos muy bien qué era eso, quedamos en preguntar en casa y contarnos que haríamos con las entradas en el autobús de ruta a Arabesco.
Todo claro, es un equipo de futbol que juega en Segunda B, el estadio está cerca de Alboraia y andando desde el barrio estamos en poco más de 20 minutos. El partido es domingo a las 17h, así que oye, pasamos la tarde del domingo viendo futbol, a ver cómo es eso del Levante.
Así que el domingo, ataviados con nuestra bomber negra (glabs) con forro naranja (glabs,glabs), paquete de pipas y paella en garganta, catorce años como catorce soles, camino para Orriols. Al cruzar la avenida Primat Reig, parecía que aquello era un retorno a los años 70…acequias, barro, saltos imposibles sobre huertas, con un fondo de azul mediterráneo. Al fondo un estadio gris, imposible pared de cemento en medio de la huerta. No recuerdo quién era el rival, pero a mí me parecía que aquello era raro, había gente ataviada con colores blaugranas, como el Barça, nos decíamos…al entrar, un programa de partido, en plan fanzine, pero a colores que contaba la historia del club, una historia bizarra de dos clubes fusionados para llegar al actual, udelage decían. Estábamos rodeados de chavales y chicas de nuestra edad, parecía que había cogido representantes de todos los institutos de la ciudad. Se les notaba porque eran los únicos que no llevaban ni bufanda ni nada referente al club. Incluso vimos un abuelo con un peluche de la rana Gustavo. ¿Pero qué es esto?
El partido empezó…y flipamos. ¡¡Cómo jugaban!! a los 30 minutos ya ganaban por 3-0. Pumuki y yo estábamos alucinados. El cemento de aquel estadio sin nombre, porque en las entradas ponía Nou Estadi (¿Cuál sería el Vell?, vibraba bajo los culos de 3.000 personas al grito de Levante, Levante entonado por viejas gargantas, porque nos parecía que la gran mayoría de aficionados de aquel equipo pasaba los 50 años holgadamente.
Los paquetes de pipas cayeron en el olvido hasta la segunda parte sustituidos por las sensaciones y comentarios. Nos juramos volver en cuanto pudiéramos. Esto había que repetirlo.
Y repetimos varias veces, siempre que nos regalaban entradas en el instituto, que era a menudo. Y así seguimos hasta que empezamos a poder pagar las 2.000 pesetas que costaba entrar a la vieja general de pie de Mestalla. Y si no coincidía, íbamos a los dos partidos.
Allí conocimos a gente a la que luego veías en Arabesco o en el Carme, los primeros paquetes de Fortuna comprados a medias, un par de birras. Tuvimos alguna peleílla con listillos que querían quitarte los veinte duros que llevabas, incluso algún ligoteo con alguna adolescente con la que quedar para ir al cine, y enrollarte un par de veces. Bendita adolescencia.
Por eso, el pasado día 4, cuando vi el gran partido que realizó el Levante contra el Athletic, vinieron a mi cabeza todos esos momentos, todos los derbis que luego he visto, recordé sobre todo al vejete de la rana Gustavo, e imaginé que sus nietos estarían en casa viendo ese partido, sufriendo con su Levante. Y tal vez, si la vida lo ha respetado, sea un venerable centenario, rodeado de su familia granota, que pudo ver a ese equipo al que pocos iban a ver, al que jugó en gradas casi desiertas, el club que regalaba entradas y al que, al menos un poco, todos en València hemos admirado.

Texto de Sergi Aljilés.
Presidente de la Penya Valencianista “Colla Blanc-i-Negra”
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