Juan Pablo Álvarez
Los potreros en Argentina son la cuna que arropan de pibes a los cracks que el
mundo disfruta con una pelota en sus pies en el Camp Nou y en Wembley
tiempo después. Los primeros goles y asistencias, lujos y gambetas de las
figuras del país del mate, asado y dulce de leche, antes se dieron en suelos
imperfectos y así lo hicieron saber con sus diferentes frases.
“Terreno descampado que es utilizado por niños/as y jóvenes para jugar y para
practicar deportes, en especial fútbol”. Así puede definirse lo que es un potrero
en Argentina. Pero es mucho más que eso: una escuela en la que se formaron
algunos de los mejores jugadores que el mundo vio, como Diego Armando
Maradona, Juan Román Riquelme y Carlos Tevez quienes, entre otros, se
refirieron a lo que significó para ellos esos partidos en el barrio en canchas
ganadas por la tierra, yuyos y raíces. Si hasta algunos dudan de que el tango,
orgullo argentino, se baila en pareja inspirado por la pelota y el jugador…
Barrio de La Boca. Brandsen 805. A unos metros más allá de la mítica
Bombonera, escrito con estilo fileteado, en un mural que predomina el azul y
las palabras sobresalen en amarillo, se lee que “sin potreros no hay
Maradonas”. Los artistas callejeros anónimos que pintaron la obra así lo
entienden y lo expresan en un acto de rebeldía que inicia una batalla ante
aquellos desalmados que buscan en los negocios inmobiliarios apropiarles las
tierras a los chicos y chicas prohibiéndoles así patear una pelota.
Y justamente Diego, para muchos el mejor de la historia y sin duda alguna fiel
exponente del fútbol de la calle. Él, el protagonista de este muro que bordea las
vías del tren carguero y enfrenta a una parrilla que despide constantemente
olor a carne a las brasas, alguna vez habló de sus recuerdos en las canchitas
de barrio que nació y se crió, en las cuales jugaba “con tierra que volaba para
todos lados, de la mañana hasta que oscurecía y después me iba para la casa
hecho un desastre”. “Ahí está la verdadera diversión. La verdadera picardía.
Ahí es donde nace el amor por el fútbol. Si no tenés hambre y ansias de jugar
en primera, no podes no tener potrero”.
Otro de los que alguna vez se refirió fue Riquelme, uno de los grandes
baluartes que dio el fútbol argentino. Sus pisadas, asistencias, el cuidado a la
pelota y el cariñoso trato hacia ella lo convirtieron en el ‘último 10’. Y claro,
alguna vez expresó que fue en el potrero donde incorporó todas aquellas
cualidades. “Ahí se aprende todo. Ir al potrero es como ir a la escuela. Hoy los
chicos llegan a primera más inocentes que lo que llegábamos nosotros, porque
hay cosas que las inferiores no te enseñan. Lo que yo aprendí en los
campeonatos por plata en el barrio no se enseña”.
“Si podes controlar el balón en un terreno lleno de agujeros y piedras, luego
sobre el césped todo es mucho más sencillo”, agregó Román, quien con
preocupación, contó: “La tradición del potrero se está perdiendo. Ya casi
no hay partidos por la calle. Cuando voy con el coche no veo a los
chicos jugando de sol a sol”.
Ariel Ortega es otro al que disfrutaron los amantes de este deporte. Por sus
características del futbolista argentino, el fenómeno jugador desequilibrante,
habilidoso, atrevido y sutil expresó que en su infancia, como lo hizo también
según delatan los videos de la época Lionel Messi en su Rosario natal, se
animó a tirar sus primeros caños y gambetas ante hombres que hasta lo
triplicaban en edad en distintos descampados de Ledesma, Jujuy.
Distintas glorias del deporte de la tierra escondida en el fin del mundo también
tienen anécdotas al respecto. René Houseman, antes y después de ser
campeón mundial, se escapaba de las concentraciones hacia su barrio para
disfrutar con los pibes de la villa de Bajo Belgrano algún que otro ‘picadito’.
Alberto Márcico, previo a consagrarse como ídolo en el glamoroso Toulouse
francés, se cansó de patear pelotas desgastadas en algún que otro campito de
Barracas. Esto además sirvió no solo para disfrutar del fútbol, sino que también
para ganar sus primeros ‘mangos’.
Sergio Agüero, mucho antes de convertirse en el máximo goleador del
Manchester City, fue un gran asistente también del potrero. Al lado de la casa
de su infancia en González Catán tuvo uno al que se cansó de correr, de
conocer y de experimentar con una número ‘5’ debajo de su suela y pegada al
empeine.
Uno más de los tantos que demostraron sus habilidades es Carlos Tevez.
Brasil, Inglaterra, Italia y el planeta entero se regocijaron con su fuego sagrado.
Por su hambre de gloria devenida desde una infancia muy dura, exhibió en el
campo de juego lo vivido en cualquiera de las canchitas lindantes de los
monoblocks de Fuerte Apache, lugar al que nunca dejó de pertenecer. “Todo
eso me trajo hasta acá: encontré dentro mío las ganas de ganar que tuve
siempre, las ganas de ser Tevez. Necesitaba mirar de dónde salí, estar ahí
viviendo con mis amigos, donde uno se crió”, comentó tiempo atrás, cuando ya
era todo una gloria. Y agregó: “Averigüen cuantas veces fui en este tiempo al
barrio. A mirar, a volver a mis orígenes, a ver como vive la gente y poder volver
a sentir esa sensación que a uno le falta”. Porque claro, como canta Andrés
Calamaro, “siempre se vuelve al primer amor”. Y en el comienzo del camino de
esa pasión siempre hay una pelota. Y un potrero.

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