Sergi Aljilés
“When I was younger, so much younger than today
I never needed anybody’s help in any way”
Help-The Beatles
Cuando Don Julio de Miguel, a la sazón presidente del València, y Don Vicente Peris, gerente y alma mater del club, vieron que en cuartos de final de la copa de ferias nos tocaba el Inter de Milán, empezaron a trabajar. Y eso no quería decir poco. Ya habían movido hilos, y buenas razones, en la anterior ronda para que la doble eliminatoria se jugara a partido único en Mestalla (con dos cojo***), debido a que el Laussane, Suizo, tenía estadio, aeropuerto y país entero bajo la nieve. Y después de nuestro particular air force one no estaba el horno ni para bollos, ni para suizos, ni para viajes. La eliminatoria se pasó ajustadísimamente con un 4-3 sufrido. El míster Balmanya no se confió e hizo bien, no hay rival pequeño, y en los sesenta, ahora lo sabemos, menos todavía.
Pero ahora tocaban los italianos. Y era un equipo que asustaba. Ya considerado un grande, le faltaban un par de temporadas para ganar sus 2 primeras copas de Europa. Y venia con dos viejos conocidos, Luis Suarez, el Balón de Oro español, fichaje rutilante de los transalpinos, que ya habíamos tenido que sufrir vestido de blaugrana, y ya no teníamos a Puchades para secarlo ( aún se recuerda su marcaje en la final de copa del 54), y Helenio Herrera, El Mago, HH, un argentino que revolucionó el futbol patrio en la década de los cincuenta, dejando frases que ya están para siempre en el imaginario futbolístico: “se juega mejor con 10 que con 11” es de él.
Y para más INRI, pensaban Don Julio y Don Vicente, la ida es en Milán. Sabiendo que presumiblemente nos iban a eliminar, levantaron el teléfono y dijeron: señorita, conferencia con Milán, por favor. Antes las cosas se hacían así, sesenta años después nos admiramos como, con una llamada telefónica, conferencia con HH, y doscientas mil buenas razones, se puede convencer al entrenador rival, a la FIFA y al sursum corda, de alterar el orden establecido y jugar la ida en Mestalla. La buena taquilla que se esperaba lograr, que así fue, valía la pena. Y como “espontáneamente” lo pidió el entrenador rival, no podía haber suspicacias de compra de partidos.
Se jugó la ida el día de San Valentín de 1962. Mestalla, con 2 generales de pie, más de 60.000 almas hortelanas dispuestas a la batalla. No solo llauros de caliqueño entre los labios. Ya menudeaban por esa València sesentera, algunos existencialistas de cuello alto, que leían a Sartre y a Unamuno, que se deleitaban con los versos vernáculos de Estellés e incluso ya soñaban con un nosaltres els valencians, pero claro, todo esto en sordina, que el fútbol es el opio del pueblo. Mujeres que, aun acompañadas por el novio, padre o marido, querían vibrar con su equipo en igualdad, pero si escándalos y, sobre todo, si hacerse notar, o si, que ellas ya empezaban a saber lo que tenían que hacer ellas solitas. El que si destacaba era Don Vicente Peris, un adelantado a su tiempo, que puso al València en Europa, que modernizó el club al estilo liberal y cosmopolita que se veía allende los pirineos. Una sociedad democrática en Mestalla, un sueño que con Don Vicente era posible.
Y allá saltaron los de blanco inmaculado, el negro se perdió esperando mejores épocas, a bregar contra los neroazzurros. Waldo y Guillot, contra los Facchetti y Suarez. Y todo empezó de cara. Al primer minuto, chut de Chicao que casi se cuela en portería interista. Minuto 3, gol de Guillot, en posible fuera de juego que no obstante subió al marcador. Minuto 7, gol de Waldo, el gigante de ébano arrolló a los defensas en una melé en el área, anotando el segundo. Mascletà de alegría, Mestalla y su fuerza contagiando a los jugadores es imposible de frenar,
Pero allí estaba Luis Suarez, que empezó a comandar una nave, que acosó y maniató los posibles pases a los delanteros, dejando sin chispa el juego local. Por el contrario, el juego italiano, puso sitio al área valencianista, que solo el buen hacer del portero Vergel, y la zapa de Piquer, que marcó a la estrella española todo el partido, evitaron la catástrofe. El partido acabó con un 2-0 que nadie hubiera creído a priori. Obviamente quedaba la vuelta, pero ahora tocaba disfrutar.
En los vestuarios de la época, como se decía, olía a linimento y a Floid (supongo que ahora lo más, Réflex y Chanel numero 5), los jugadores pasaban por las duchas comunales comentando las incidencias, tal vez lamentando ocasiones perdidas y lances desafortunados, o felicitando a la pareja de moda, Guillot y Waldo, tan diferentes en aspecto y juego, y tan bien compenetrados. Don Julio de Miguel bajó a verlos, les dio in situ la prima pactada por ganar, en efectivo, y los jugadores, viendo los billetes empezaron, medio en broma, medio en serio: presi, suelta los duros…y cada vez que se metía la mano en el bolsillo, sabían que eran 5000 y 10000 pesetas más. Que Don Julio sacaba fingiendo molestia, pero disfrutando, porque sabía que cuanto más soltara, quería decir que iban para adelante en la competición. Eso nunca cambia en el fútbol. Una ayuda siempre viene bien, sea con gestiones, o con buenas razones.
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