Natural de Plovdiv, Hristo es un individuo que no acepta imitaciones, única e inconfundible es su manera de andar, su manera de hablar, sus gestos, y hasta el modo en que se ataba las botas, se vestía de corto o celebraba los goles: carera, impulso, saltito y señal arriba, cuántas veces nos ofreció sus celebraciones.
Incendiario, temperamental, aguerrido, agresivo o letal, son algunos de los sinónimos que encajarían para definir a uno de los mejores delanteros de su época. A mitad de la década de los 80, ingresó en en CSKA de Sofía, el equipo militar de Bulgaria, donde coincidió con Penev, Ivanov o Kostadinov, y equipo que se enfrentó al Barça en la semifinal de la Recopa de 1989, eliminatoria clave en su carrera y que le serviría como carta de presentación para fichar por el club azulgrana. Minguella estuvo listo, y tras anotar dos goles en el Camp Nou, consiguió que el búlgaro firmara un precontrato. Un año más tarde, y compartiendo Bota de Oro con el madridista Hugo Sánchez, al fin pudo vestirse de azulgrana.
Una vez en Cataluña, Stoichkov en seguida se ganó a la afición del Camp Nou. Su carisma y sus goles conectaron con un soci que ansiaba disfrutar de un delantero que mordiese, que liderara y que con sus goles se convirtiera en el futbolista más temible del equipo. Su definición y su intensidad, fueron claves en el Dream Team de Cruyff. Al poco de fichar por el Barça, también dejó muestras de su genio, cuando pisoteó el pie del árbitro Urízar en un partido de Supercopa frente al Real Madrid. Fue sancionado duramente por ello, pero las gradas del Camp Nou lo idolatraron por su coraje y su espíritu rebelde.
Pero no todo era carácter en Hristo, que también destacaba por su velocidad tanto con el cuero con los pies como sin él, por ser un delantero dotado de buena técnica, por tener un remate poderoso, especialmente con su pierna izquierda, y por sudarlo todo durante los 90 minutos que dura un partido. Además de sus éxitos en el Camp Nou (cuatro Ligas consecutivas y una Copa de Europa) en aquella primera mitad de la década de los 90, abanderó a la selección búlgara que fue cuarta en el mundial de USA 94, con una irrepetible hornada de jugadores: Letchkov, Balakov… y tras la cita mundialista fue condecorado con el Balón de Oro.
En 1995 fichó por el Parma italiano, pero ya no conservaba la punta de velocidad de años antes y a la campaña siguiente volvió a Barcelona, su segunda casa, y donde siempre contó con el apoyo de la afición. Ganó una Liga, dos Copas y una Recopa en su segunda etapa como azulgrana, donde estuvo primero bajo las ordenes de Bobby Robson y después de Aloysius Paulus Maria Van Gaal. En 1998, tras hacer saltar de alegría a José Luis Nuñez y Jordi Pujol en el balcón de la Generalitat, retornó a su Bulgaria natal para enrolarse en el CSKA. No se retiró allí, tuvo aventuras en Arabia Saudí, en Japón, y finalmente se retiró en los Estados Unidos en el año 2003, con un montón de goles y anécdotas a sus espaldas.
Lo intentó en los banquillos, dirigiendo a la selección búlgara y al Celta de Vigo, pero sin demasiado éxito, y en 2013 se convirtió en propietario del CSKA de Sofía. Un crack Hristo, futbolista inolvidable, pero un tipo polémico hasta después de su retirada, sus imágenes de cacería fueron algo detestable.
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