Era la época del Athletic con Kappa y de los primeros cromos con Photoshop, y de Lezama había surgido una buena generación de futbolistas abanderada por un tal Julen Guerrero. Era la década de los 90, y un centrocampista todoterreno llamado Javier Llanos llegaba al primer equipo dispuesto a dar grandes alegrías a la parroquia bilbaína.
Con un cierto parecido a Julen, Llanos se mostraba en el terreno de juego como una especie de Gattuso que iba cortando y repartiendo incansablemente. Además, era uno de esos futbolistas que no callan durante los 90 minutos que dura el partido. Tal como se puede apreciar en el cromo, el cambio de orientación era uno de los puntos fuertes de un futbolista que jugaba siempre con la cabeza alta. Por si fuera poco, Llanos se ganó a la afición con su carisma y fue un ídolo de masas en las dos temporadas en que jugó como profesional. Hasta Javier Clemente, entonces seleccionador, quedó boquiabierto con el chaval. Pero, cuando se especulaba con su llegada a la selección, Llanos sorprendió a todos retirándose de la práctica del fútbol. Alegó que el nacimiento de su hijo Ibai le había cambiado la vida y que a partir de entonces se iba a dedicar a otras pasiones: la familia y los videojuegos.
Su hijo no heredó el buen toque de su padre, pero sí su carisma y simpatía. Con su naturalidad ha llegado a hacerse famoso y amigo de los futbolistas más famosos. Triunfa en el mundo del streaming y ha llegado donde los periodistas de bufanda no han conseguido llegar. Ibai es el puto amo, da buen rollo y entretiene, y hasta sabe de fútbol. Algunos pseudoperiodistas modernos se enfadan con él. Nada que hacer, el hijo de Javier Llanos es el rey y disfruta del momento.
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