El 7 de diciembre de 1989 se enfrentaron Milan y Barcelona en San Siro, en el segundo partido de la Supercopa de Europa. En el Camp Nou habían empatado a uno y Johan Cruyff preparó una sorpresa para el partido de vuelta. Con el número 7 a la espalda salió a jugar un joven apuesto y de complexión fuerte para romper el orden y superar la presión de los de Arrigo Sacchi. Aquel chaval se llamaba Jordi Roura, natural de Llagostera y formado en La Masía del Barcelona, un prometedor extremo que ya había debutado en el primer equipo del Barça un 11 de septiembre de 1988, con victoria en Elche.
Jugando pegado a la línea de cal, como le gustaba al holandés, Roura podía crear mucho peligro con su velocidad y su desborde. Pero el sueño de jugar el partido de su vida apenas duró 9 minutos, pues en un lance del juego chocó con Van Basten, con tan mala fortuna que se rompió el menisco y el ligamento cruzado anterior. Aquella acción significó el final de la carrera de un futbolista llamado a formar parte del Dream Team.
“Fue una lesión tonta y absolutamente fortuita. Fui a recoger un balón en defensa y choqué con Van Basten. Noté que se me giraba la rodilla derecha, que me quedaba clavado y me temí lo peor”. “Ha sido mala suerte, una auténtica desgracia, lo peor que me ha podido pasar. El partido ante el Milan era muy importante para mí”.
Apenas había jugado diez partidos con el Barça y tuvo que decir prácticamente adiós a su carrera. Lo intentó en el Murcia y en el Figueres, colgando las botas prematuramente en 1993.
Pero no dejó el fútbol ni los campos, y se preparó para sentarse en los banquillos y para formar a los chavales que como él crecen en la prestigiosa Masía azulgrana. Fue la mano derecha de Tito Vilanova, y su sucesor cuando este luchaba por su vida. Tras la llegada del Tata Martino en 2013 al banquillo del Barça, Jordi Roura fue nombrado director formativo del club.
Hoy, más de treinta años después, uno se pregunta qué hubiera sido de él si no hubiera ido a disputar aquel balón de San Siro.
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