En el imaginario de todo antimadridista el Real Madrid no ha jugado bien en la vida, siempre consigue la victoria en el último suspiro de un partido en el que el rival le ha perdonado siete veces la vida o a merced de una actuación arbitral bochornosa. Pero hasta las personas con más tirria al color blanco coinciden en que hubo una temporada en que en el césped del Bernabéu se jugó el balón de manera sublime, y tal día como hoy, el 7 de enero de 1995, el Real Madrid completó uno de los mejores partidos que uno pueda recordar, el 5-0 al Barcelona.
Tras cuatro temporadas seguidas en que el Dream Team de Cruyff había logrado el título de Liga practicando un fútbol alegre y ofensivo, Jorge Valdano y su fiel escudero Ángel Cappa, llegaban al banquillo del Real Madrid para devolver lo robado cuando dirigían al Tenerife, pero además para apostar por un fútbol creativo que no aburriera a una afición que rozaba la histeria. Digno discípulo de Menotti, Valdano quería rubricar su firma con un Madrid con estilo y la filosofía de juego a la que renuncian los mediocres. “Ganar queremos todos, pero solo los mediocres no aspiran a la belleza”.
En un contexto muy diferente al actual, un club sin demasiado poderío económico no pudo contentar a su entrenador y traer todos los fichajes que se pretendían, ni pudo venir Cantona, ni se logró fichar a Rubén Sosa, y el argentino tuvo que quedarse en el equipo con el chileno Iván Zamorano y con el cántabro José Emilio Amavisca, ambos descartados durante la pretemporada. En cambio, se consiguió traer al argentino Fernando Redondo y se pudo convencer al culé Michael Laudrup para que ambos pilotaran en la zona más elegante de una nave blanca que, una vez despegada, alcanzaría las estrellas del firmamento futbolero.
Una temporada increíble, donde se práctico uno de los mejores juegos que se recuerdan en Chamartín, con la conexión Amavisca-Zamorano quebrando defensas, con Laudrup orquestando en la zona de acción, secundado por un Fernando Redondo tan elegante como duro, tan creador como destructor, que se hacía omnipresente con su cabellera absoluta. El portero, Paco Buyo, vivió una segunda juventud y condenó al banquillo a un joven Santi Cañizares que venía de lograr un trofeo Zamora con el Celta. A toda esta legión, más los Hierro, Sanchis, Luis Enrique y compañía, se unió un muchacho cuya entrega y desparpajo cautivaría al madridismo y a la prensa española, también a toda una generación que creció admirando las travesuras de Don Raúl González Blanco. El 7 de enero de 1995, un Real Madrid excelente arrollaba al Barça de Cruyff en el Bernabéu, 5 a 0, vendetta y cambio de ciclo.
Jorge Valdano, nuestro protagonista de hoy y capitán de aquella nave, es un tío con muchas historias de fútbol que contar, tanto en su etapa como jugador, como entrenador o como director deportivo. Su primer club fue Newell´s y llegó a la segunda división española en 1975 para formar delantera en el Deportivo Alavés. En 1979 fichó por el Real Zaragoza y en 1984 pasó al Real Madrid. Se retiró en 1987 a causa de una hepatitis B, un año después de ser campeón del mundo con Argentina en el mundial de México 86.
Como entrenador destacó su labor en el Tenerife, dando auténticas “futbolecciones” con su visión del juego y filosofía. En 1994, tras arrebatarle dos Ligas al Real Madrid con su gran Tenerife, inició la revolución blanca que terminó con el poderío del Barça de Cruyff. La siguiente temporada, en cambio, no fue nada positiva, y dejó el equipo a principios del 1996 después de que “lo partiera un Rayo”. Tuvo un discreto paso en el banquillo del Valencia en 1997 y después decidió pasar a los despachos y a los micrófonos.
Este estudioso del fútbol ha dejado frases para la posteridad, ha escrito libros y hace conferencias, ya que hablar se le da bastante bien. Para nosotros es un placer escucharle, sabe mucho. Valdano es puro fútbol.
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