Javier Herreros Martínez
Este miércoles, 25 de noviembre de 2020, el “barrilete cósmico” (la brillante metáfora con la que lo definió Víctor Hugo Morales) ha retornado a su lugar de origen: el universo. Y ya está jugando de nuevo con planetas, satélites, cometas, asteroides, con la pelota pegada al pie izquierdo, como en tantos partidos aquí, en La Tierra.
Diego Armando Maradona, con su fútbol, llevó la felicidad a millones de personas en todo el mundo. Un genio del balón, cuyo alcance era universal, como Freddie Mercury en la música o Gabriel García Márquez en la literatura. No jugó en equipos poderosos (el Barcelona a principios de los 80 estaba muy alejado del Madrid, incluso del Atleti), sino en un conjunto humilde del sur de Italia, el Nápoles, y en la selección de un país, Argentina, devastado por la dictadura de Videla y la guerra de las Malvinas. A ambos los dirigió a las cumbres futboleras, los hizo campeonar.
En el balompié de nuestros días, donde lo físico se coloca muy por delante del talento y de la imaginación, dudo que Maradona hubiera triunfado. Ni era el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido. Pero cada vez que agarraba el balón, la magia irrumpía en la cancha, en las gradas, en los hogares de los miles de individuos que amaron el fútbol porque jugaba Diego, porque Diego era el fútbol.
Regateador, goleador, astuto en el área, magistral lanzador de faltas, hay que poner en valor su maravillosa visión de juego. Maradona no solo brillaba individualmente, sino que hacía jugar al resto de los compañeros. Hay dos jugadas que reflejan su maestría en el pase: la primera, en la final del Mundial de México 1986, con el choque a punto de acabarse, cuando conecta con Burruchaga, que marcaría el gol de la victoria ante Alemania; la segunda, en los octavos del Mundial de Italia 1990, contra Brasil, cuando se inventa un prodigioso pase a Caniggia que decidiría el encuentro.
Valdano ha dicho que la pelota también llora por Diego, y resulta cierto. ¡Cuántos sentimientos posee un balón! Butragueño es un ídolo para los madridistas, como Futre para nosotros, los atléticos, pero Maradona es de todos, de todos los niños que un día empezaron a jugar al fútbol en cualquier calle, cualquier plaza, cualquier patio de colegio.
Gracias por el fútbol, Diego.
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