Jaume Miravet
Fue mi padre quién hizo que me enamorara del fútbol, y más concretamente de un equipo. Aunque he de decir que a finales de siglo y comienzo del siguiente (cuando yo rondaba los 10 años de edad) era fácil ser del Valencia.
Recuerdo vagamente como un club con estrellas de la talla de Romario, Burrito Ortega o Zubizarreta no pudo llevarnos dónde su presidente, Paco Roig, quería: “Un València campió”. Recuerdo mejor la llegada de un italiano que nos hizo creer, que nos hizo ganar y que hizo crecer a una serie de jugadores que todos los niños de mi generación empezamos a imitar. Unos nos dejábamos el pelo como Mendieta después de ver su gol en La Cartuja, otros corrían como el Piojo, otros paraban como Cañete, y los más mayores… esos de defensas, serían los Angloma, Djukic y Carboni. Un equipo de época que no se desinfló con la llegada de Cúper. El argentino nos hizo más aguerridos atrás y mejoró en motivación. En nuestra primera Champions League llegamos a la final como favoritos y el Real Madrid de Del Bosque nos dio una valiosa lección. Entra sollozos y abrazos de resignación recuerdo las palabras de mi padre: “No passa res, la Copa l’any que ve” (No pasa nada, la Copa el año que viene).

Pero claro, si el verano siguiente vendemos a El Piojo y a Gerard la promesa de mi padre corría peligro. No es así, el equipo mejora. Cúper convence a un tal Ayala (sin oportunidades en el gran Milan). Mendieta está imparable. Y en invierno, el Valencia se hace con los servicios de Aimar. Directos a otra final. Sabíamos que esta vez sí, aunque fuera el todo poderoso Bayern. Recuerdo como si fuera ayer los nervios que tenía en las horas previas a la final. Mi padre y yo nos sentamos a oír la narración de José Ángel de la Casa y los comentarios de Míchel en TVE. Toda España estaba con el Valencia. Pero nos faltó un detalle, la Champions también tenía una deuda desde 1999 con el Bayern. El Valencia fue mejor durante la primera parte, Mendieta y Aimar arrinconaron a los alemanes y llegamos ganando al descanso. Incomprensiblemente Cúper quita a Pablo Aimar y saca a Albelda para contener. Fue una declaración de intenciones. Nos asediaron. Empataron con un injusto penalty. Llegamos a la prórroga y el equipo estaba fundido. No éramos grandes lanzadores, pero aún teníamos posibilidades. Finalmente, un penalti de Carboni (fuerte al medio) lo paró Kahn con maestría, fue decisivo. Nos hundió. A pesar del acierto del Kily,
Pellegrino falló el siguiente y ahí acabo nuestro sueño. Effenberg sonreía, Kahn consoló a su enemigo Cañizares envuelto en toallas y lágrimas. Y yo, miré a mi padre y le pregunté por la promesa: “Me vas dir que la Copa l’any que ve” (Me dijiste que la Copa el año que viene). Estuve una semana cabizbajo.

Pero mi padre no se equivocó. A pesar de la marcha de Cúper y la venta de Mendieta, el Valencia ganó la Liga al año siguiente, y otra al pasar tres años, una Copa de la UEFA y una Supercopa de Europa. Llegamos a ser el mejor equipo del mundo y a mí eso fue suficiente para saber que mi padre había cumplido su promesa.

Debe estar conectado para enviar un comentario.