Sergi Aljilés
“Twinkle, twinkle, little bat!
How I wonder what you’re at
Up above the world you fly
Like a teatray in the sky”
Alice in wonderland. Lewis Carroll
En la temporada 2000/2001, el teatro de los sueños y de las estrellas del cielo que es la Copa de Europa, se volvió a abrir para el València. El equipo que campeonó por Europa (hasta llegar a la final), volvía a llegar a las semifinales, no de una forma tan arrolladora y anárquica como la primera vez, pero si de una forma más efectista y profesional, más a lo campeón.
Otra vez la champions nos volvía a “deleitar” con 2 liguillas previas a las eliminatorias. El València las superó como primero de grupo. Para el recuerdo queda el 0-0 del 14 de febrero, día de San Valentín, donde la parroquia xe empezó su romance con un jovencito nacido en Rio Cuarto, el pibe inmortal Pablo César Aimar, cordobés como Kempes y el Piojo.
Un equipo fundamentado en la portería, con un Cañizares excelso, verdadero muro infranqueable en su plena madurez futbolística, sin olvidarnos de un Andreu Palop que, a la sombra, demostraba el porterazo que era. Aún en los apartamentos y jardines que ahora ocupan lo que era Highbury se deben escuchar los gritos por la frustración provocada esa noche por el de La Alcudia.
Una defensa férrea, con veteranos pesos pesados, como Carboni, Anglomá…y con estrellas como Fabio Aurelio y Ayala, cuyo cabezazo en Londres valió media eliminatoria de cuartos en la noche de Palop.
Pero donde ese equipo era realmente temible, donde los rivales se echaban a temblar, era al ver la media, ese rombo con el que jugábamos con Cúper, un rombo del que ya nunca más se volvió a ver en Mestalla. Albelda, Baraja, Aimar, Kily Gonzalez, Vicente, Zahovic, Deschamps, y sobre todo y sobre todos, el capitán Gaizka Mendieta, el murciélago del escudo, el mejor mediocampista del momento.
No era aquel equipo muy goleador como lo había sido antes. La marcha del Piojo se tenía que notar. Un año había pasado desde las goleadas a Lazio y Barça, y los rivales, los dos ingleses, pusieron las cosas difíciles, muy difíciles. Un 2-1 en Highbury, que pudieron ser 10-1 de no ser por Palop, y el 1-0 de Mestalla con el cabezazo del gigantón Carew a nuestro amigo, y de Nayim, Seaman (un portero de coleta, pelo cartonero y bigote, el summun).
Las semifinales contra el Leeds, que venía de eliminar al Depor (lo que hubieran sido esas semis, solo Dios o Satanás lo saben), pintaban en bastos, No fue un partido para cobardes el de Elland Road, el 0-0 con el que pitó el árbitro el final, no hacía justicia a lo que se vio. Defensas y porteros de los dos equipos se ganaron bien el sueldo. La planta de cardiología de La Fe, principal hospital valenciano, quedó colapsada. Para el recuerdo, la media chilena de Carew contestada con manopla salvadora de Nigel Martyn. Las espadas quedaban en todo lo alto, Mestalla esperaba el 8 de mayo.
Como siempre la afición respondió. Las noches europeas son especiales en Valencia. El clima benigno de la primavera valenciana fomenta que los murciélagos salgan de la cueva y vuelen, vuelen muy alto. Recuerdo a la afición inglesa copando las terrazas aledañas a nuestra acequia madre, vocingleros ellos, etilicamente resistían el calor asfixiante, para ellos. Las tracas y masclets que a los valencianos nos excitan y nos enardecen, les dejaban intoxicados, de ruido y de humo, un olor a pólvora delicioso, con el que hemos crecido y que despierta telúricos recuerdos. Olía a Victoria.
Fue de esos partidos en los que maldices al que obligó a poner asientos en la grada. Mendieta, desde el volante derecho de la medular, empezó a dar una lección magistral de juego de ataque, una máquina de centrar. En el minuto 17, el enésimo pase entre la defensa y el portero, lo remató Juan Sánchez con… ¿el brazo?, ¿el hombro?, con algo, a fin de cuentas, porque el 1-0 subió al marcador.
Nada estaba ganado aún, y más cuando el Leeds se activó a buscar el empate que le daba la clasificación, pero las oportunidades de Dacourt o de Bakke se estrellaban contra Cañizares, o unos inspiradísimos Albelda y Ayala. Iban a vender cara su piel unos y otros.
Pero era la noche de los murciélagos. La noche de un pequeño murciélago, valenciano, que remató el primer ataque de la segunda parte con un tiro desde fuera del área que entró pegado al palo contrario, 2-0. La carrera de Juanito Sánchez, el Romariet d’Aldaia, con la cara desencajada, el gol en la garganta, los brazos abiertos en la celebración, es ya un icono de nuestra historia.
Casi aún con el último gol en las pupilas de la grada, Mendieta, el Gran Murciélago, hizo suya la pelota al comandar un contragolpe, llevándola al borde del área y conectando un derechazo al fondo de la red inglesa. El delirio. Un gol increíble, otro más para el vasco inmortal.
Quedaban 40 minutos de partido y ya hubo más de 100 personas haciendo cola en las taquillas esperando comprar la entrada para la final de Milán después de ese gol. En las gradas, la fiesta era total. La música de la banda sonaba desde el sector 1, València de Padilla, como no. El Leeds tiró la toalla, no había nada que hacer, El pitido final fue el comienzo de la celebración.
La avenida Suecia, delante de la fachada de tribuna, estaba ya copada por la gente (como siempre pasa en las grandes noches en Mestalla, aunque a la prensa de Madrid le siga sorprendiendo) cuando este que escribe consiguió asomarse desde la esquina de mí grada. Pensé en aquel momento, y ahora aún lo pienso más, que llegar a 2 finales de Champions en 2 años solo está al alcance de los mejores clubs, y cumpliendo los sueños más locos de la infancia, ahora, el mío, era uno de esos elegidos. Ahora solo queda ganarla…
(continuará)

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