En los tiempos de melenas y pelos largos, Leonel Álvarez fue un centrocampista defensivo fuerte y batallador, con muchos dotes de mando, que no se ponía nunca nervioso y que trataba de organizar el juego a ritmo bachatero, con pequeños pases al pie.
Marcado por un accidente que sufrió de pequeño, que le dejó cinco años sin poder hablar, y por el abandono que sufrió su familia por parte de su padre, Leonel hizo del balón su mejor y único amigo. Creció en un entorno muy humilde en Antioquia, y un tal Pablo Escobar, por el que Leonel tenía gran admiración, le consiguió su primer contrato como profesional. Jugó en Independiente de Medellín, y después en el Atlético Nacional donde ganaría la Copa Libertadores en 1989.
Pacho Maturana lo trajo a la Liga para su proyecto en el Real Valladolid, para que ejerciera de eje del juego pucelano con sus pases metódicos y, además, le acompañarían sus amigos Higuita y Valderrama. Los colombianos generaron mucha ilusión en Pucela, hasta las peluquerías se frotaban las manos, pero finalmente pasaron con más pena que gloria por el conjunto blanquivioleta. Así que Leonel volvió a Colombia para jugar en el América de Cali.
Jugó después en México y en Estados Unidos y finalmente se retiró en su país. Al retirarse se convirtió en entrenador e hizo campeón de Paraguay a Cerro Porteño en 2017. Leyenda de Colombia.
Debe estar conectado para enviar un comentario.