Ligas de barrio

A fútbol sala, fútbol 7, fútbol 11 qué más da si hay balón. Y en pista, campo de tierra, de hierba natural o artificial, qué más da si hay porterías. Salir del curro mochila en la espalda y bocadillo en mano dispuesto a jugar ese partido que rompe semana y siempre termina entre las risas del tercer tiempo. La caña fría, los frutos secos. Ese vestuario con olor a vestuario al que van llegando uno detrás de otro los chistes de tus compañeros. Y esa relación amor-odio con ellos. El que nunca atina un despeje, el que no sabe las reglas, el que corre raro, el que chupa… y el portero. No me jodas que hoy jugamos sin portero. Sales al campo untado de reflex con pinta de jugador caro (eso crees tu) y te enfrentas a equipos con nombres de equipos de verdad, el Aston Birra, el Cocomalo o la Impresentablus Band. Momentos de gloria para los coleccionistas de trofeos de levantar y tirar, para pichichis de pabellones y para los tocapelotas que recortan y vuelven a recortar. 


Llegará el frío y tu seguirás acudiendo cada semana a tu cita con tu pandilla de insurrectos de la estética balompédica. Y te emocionarás con ellos, y te cabrearás, y los abrazarás y te revolcarás haciendo piña por el suelo, y notarás sus sudores y respirarás sus alientos porque son tu banda. Nada más romántico que un “matao” de Liga de barrio, nada más puro que el pitido del árbitro en la tierna noche. Ese silbato, que forma parte de tu vida, con él creciste. Pitidos que tímpanos desgastan, gritos y palabras clásicas “mía”, “tuya”, “salimos”, o el golpeo del cuero en la madera ¡tac! El fútbol por el fútbol, el bar y nada más.

Un saludo de parte de Odio el Fútbol Moderno a todos y todas las especies protegidas. Los animales que os matáis por no faltar a la cita semanal. El verdadero fútbol. El que jugáis vosotros, los aficionados, la verdadera Champions.

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