En un Madrid-Valladolid podemos recordar a muchos futbolistas que sudaron ambas camisetas, y entre ellos vamos a dedicar unas líneas a Manolo Canabal, aunque sudar lo que se dice sudar no lo hiciera demasiado con la blanca del Real Madid puesto que no llegó a jugar ni un minuto en partido oficial.
Canabal era un atacante enorme, un tanque de 195 centímetros y 90 kilos, con muchos años de carrera futbolística por delante. El italiano Fabio Capello había quedado prendado de él cuando el gallego jugaba en Segunda con el Mérida y recomendó su fichaje. 800 millones de las antiguas pesetas tuvo que abonar Lorenzo Sanz en 1997 para vestir de blanco al “Gigante de Forcarei” (un año antes Davor Suker había costado 600 millones) pero cuando este llegó a Chamartin, su gran valedor, Capello ya no se encontraba al mando de la nave madridista. Lo tenía difícil Canabal, con Suker, Mijatovic, Morientes o Raúl por delante de él, pese a todo, un gol suyo ante la Portuguesa dio el triunfo en el Trofeo Bernabéu y parecía que las expectativas iban a cumplirse. Tenía cosas de crack, Heynckes pidió paciencia con él, pero el alemán nuca le dio la oportunidad que merecía y tuvo que salir en el mercado de invierno hacía la fría Pucela.
En su cesión al Real Valladolid el delantero gozó de minutos pero tan solo anotó un gol, y a final de temporada salió hacia Vitoria para jugar en el Deportivo Alavés. Tras una temporada discreta como babazorro fichó por el Rayo Vallecano, donde demostró la calidad que atesoraba aunque lejos de ser comparado con una estrella mundial. El Málaga, que siempre había mostrado interés por él, lo incorporó por fin en el año 2000, y allí pasó cuatro temporadas con los Darío Silva, Musampa y compañía con los que ganó un título sin trofeo, la Copa Intertoto en 2002. En 2004 fichó por el Pontevedra en Segunda División, y poco después tuvo que abandonar el fútbol debido a sus problemas de espalda, tenía 30 años.
Tras su retirada ha hecho de comentarista y analista deportivo. Era bueno Canabal, le faltó suerte, y quizás precipitarse en llegar a un grande sin haber jugado todavía en Primera.

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