Mi padre y el fútbol

Rafa Galindo

Eres de un equipo porque siendo niño tu padre te llevó de la mano a un partido. Pero mi padre me llevó en moto, a Onda, un pueblo a 14 km del mío en el lejano 1964. El partido era de regional y el campo se llamaba La Cosa. No me preguntéis el resultado. Solo recuerdo el sol en la cara y la emoción de mi padre y sus amigos. Los gritos. Fuimos muchas más veces. Primero al destartalado campo de mi pueblo: seis escalones de cemento detrás de la portería donde nos movíamos inquietos mi padre, sus amigos y yo. Años después se unió mi madre a la pequeña comitiva futbolera y cambiamos la moto por un 600 con el que nos íbamos allá donde jugasen los nuestros: Alginet, Canals, Algemesí, Torrent, Burjassot… Siempre nos perdíamos al llegar a Valencia, así que mi padre, pragmático como pocos, decidió salir detrás del autobús del equipo, que partía siempre el día del partido desde la plaza mayor. Formábamos una bonita comitiva, el autobús y el 600. 

Guardo de él un bello recuerdo: años 90. Mojados y muertos frío, cobijados bajo un único paraguas, soportando una lluvia de cojones, en una grada desierta detrás de la portería “de los goles” (de mi equipo, claro). Faltaban 10 minutos para el final y el At. Madrileño nos ganaba 1-3 y nos estaba dando un baño. Otro. Pero mi padre se aferraba a la fe de un empate imposible. Peleaba todos los balones moviendo imperceptiblemente las piernas y el cuerpo. A este, que no le cuenten qué es amar a tu equipo, pensé.

Pasaron más años y vino lo imposible. La primera, la uefa, la champions. El milagro lo hizo feliz, pero no lo cambió. Mi padre no distinguía entre el Chino Recoba y un mediapunta del Alaquàs. Le daba igual. Unos eran el equipo de su pueblo, y los otros, dios sabe de qué pueblo eran. De Milán, pare, de Milán…

Al final, el enemigo se le metió en los pulmones y cada vez le costaba más respirar. La puta enfermedad avanzaba como la caballería prusiana. No podía caminar, no podía subir escalones. De la fila 23 pasamos a la tercera y de allí a ver los partidos por la tele. Un día, jugábamos contra el Betis en el Villamarín. A la media hora, o un poco más tarde, marcó el Betis. Silencio. Me giré a ver su cara. Se había dormido. Aquel día comprendí que había perdido a mi padre.