Michael Laudrup

Nació un 15 de junio de 1964, en Frederiksberg, hoy en día uno de los sitios con más clase de Dinamarca. Con esa clase creció, en el seno de una familia de deportistas: su padre futbolista profesional, su madre portera de balonmano. Y él tuvo el gusto de jugar con pelotas desde pequeño, y nosotros el gusto de verlo tratar con clase el esférico. Despuntó desde crío en un país que se le quedaba futbolísticamente pequeño, y con 19 años ya fichó por un equipo de Italia, cuando en Italia jugaban solo los maestros, los italianos y los maestros italianos, en la década de los 80.


Llegó a la Lazio con su derecha exquisita, sus cambios de ritmo, su buen trato del esférico, los driblings, los quiebros, los goles, los pases… una armonía perfecta pues todo él era un futbolista orquesta. Él controlaba los tiempos, él mandaba el juego, él decidía, el resolvía, él hacía disfrutar a la gente, a la que siempre premiaba con algún detalle, algún regalo, tal como le había enseñado su padre. Bajo un rostro joven, pacífico y apocado, escondía carácter y desparpajo. A veces cabizbajo esbozaba una sonrisa y miraba el fútbol de reojo, esperando la siguiente jugada, esperando el momento de sacarle brillo al cuero. Jugó con Platini y Boniek en la Juventus, con la que ganó un scudetto y una Copa Intercontinetal con una obra mestra suya, en aquella emocionante final contra Argentinos Juniors. Alguien dijo de él que tenía la mente de acero, y las piernas de cristal cuando las lesiones lo apartaban demasiadas veces de los terrenos de juego.


Parecía que la estrella se apagaba y Johan Cruyff lo rescató para su proyecto en el F.C Barcelona. Era 1989 y el talento del maestro aterrizaba en un fútbol que le iba como anillo al dedo, la liga española.Dejó su huella comandando el talento del Dream Team de Cruyff, el Barça era una sinfonía donde el maestro encontraba el momento para demostrar su talento. Es muy fácil hablar de su pase, es muy difícil realizarlo. Se convirtió en el ídolo de una afición con hambre de títulos, y que disfrutó con su juego, con su elegancia, con su talento. 4 ligas, una Copa de Europa y una pancarta “Enjoy …” que siempre recordaba quién era el Rey del Camp Nou.Pero bajo su aspecto introvertido escondía carácter , repito. Se las tuvo con su seleccionador, renunció a jugar para Dinamarca mientras Moller-Nielsen fuera el entrenador y eso le privó de ganar una Eurocopa; y su personal sentido de la justicia le llevó a tener diferencias también con Johan Cruyff que le recriminaba un bajón en su juego. ¿Bajón?, el flaco también era testarudo, recital tras recital, era lo que daba el Rey danés en cada partido.¿Quién no recuerda aquel pase a Romario? ¿Su asistencia mirando a la grada en el 5-0 al Real Madrid?


No se pusieron de acuerdo con su renovación, exigía más minutos y fue condenado a ver la final de Copa de Europa contra el Milan en el banquillo. La gota que colmó el vaso. Tenía ganas de jugar aquel partido, su hermano pequeño jugaba para los italianos, aunque tampoco jugó aquella triste final para el Barça. Sin el maestro sobre el césped, el equipo sucumbió por 4-0. Llegó su “vendetta”, libre, se fue al Real Madrid, el máximo rival de los azulgranas.

No aguanto más a Cruyff” dijo.


Y con él en el campo el Real Madrid volvió a ganar la Liga, acabó con el ciclo victorioso del Barcelona y de paso le devolvió el 5-0. Mientras él se dedicaba a lo suyo, a deleitar. Precisamente el partido de la goleada al Barça es uno de los mejores de su carrera, estaba motivadísimo, y firmó una actuación que bien se podría enseñar en las escuelas. Sus pases encontraron otros socios, sus obras maestras otro escenario, su arte otros colores. En el Camp Nou la pancarta de “Enjoy…” la cambiaron por la de “Judas…” pero fue efímero el rencor culé, hoy no se le tiene en cuenta, se le comprende.


Acabó su contrato de dos años en el Real Madrid y se fue a Japón, por una suculenta oferta del Vissel Kobe a la que con 32 años era difícil decir que no. Todavía volvió a Europa, a retirarse como un señor, en un clásico como el Ajax de Amsterdam, ganando la Liga, y el respeto. Así era el Rey, Michael Laudrup.

Ilustración Bruno Brosseta