Paul Gascoigne, el hombre de las mil caras

Miquel Sanchis

Era junio de 1990, tan solo tenía nueve años, todo un verano por delante y un etrusco. Y tenía también el Mundial, el primero que iba a disfrutar. En algún periódico o revista de la época regalaron un calendario donde anotar todos los goles y puntos para llevar un exhaustivo control de todo lo que sucedía en la cita que aquel año se disputaba en Italia. Yo, además, en una pequeña libreta cuadriculada anotaba las alineaciones, los goles, los mejores jugadores, y dibujaba y coloreaba las camisetas de las diferentes selecciones. Lo tenía todo controlado, y la verdad, con nueve años no sabía reconocer si el juego era una mierda (que lo fue), lo escuchaba a los entendidos, o sea a mi padre, mi abuelo y mis tíos; yo pensaba: “joder, ¿como les puede parecer una mierda si está dejando un montón de imágenes para la posteridad?” las imágenes de Roger Milla bailando en el córner o arrebatándole el balón a Higuita, la de Míchel y el “me lo merezco”, la guerra de escupitajos entre Rijkaard y Völler, el gol de Caniggia vacunando a Taffarel o a Diego Maradona profanando a la afición romana. Entre medias, el pelo de Valderrama, la camisetaza de Alemania, las tandas de penaltis y las lágrimas de un joven inglés mientras jugaba el partido de semifinales. Paul Gascoigne lloraba a lágrima viva, encendido como una bombilla, y yo que nunca antes vi llorar a un futbolista comprendí que nuestros héroes también son de carne y hueso.

¿Quién es Paul Gascoigne?

Paul John Gascoigne no tuvo una buena infancia. Creció en un barrio de clase obrera de Gateshead, al nordeste de Inglaterra, cerca de Newcastle. La muerte prematura de su padre le dejó en la difícil situación y en el deber de buscarse muy pronto la vida y subsistir junto a sus tres hermanos, presenciar como moría su amigo Steven Spraggon siendo atropellado por un coche le marcó, y desarrolló un trastorno de obsesión compulsiva, llevándolo a delinquir constantemente y a convertirse en un chico callejero que veía en el balón la única vía de escape de demasiadas cosas que no entendía. En el balón y en el alcohol, que iban demasiadas veces de la mano en aquel contexto histórico de la sociedad inglesa. El final de los 70 y la década de los 80, alcohol, punk, enfrentamientos, hooliganismo, desfase, desobedencia, y en definitiva, lucha, era lo que Paul tenía en su cabeza. Un conflicto emocional que le hacía arrancarse la piel a tiras con tan solo 13 años, la misma edad con la que comenzó a beber demasiado alcohol, paradójicamente, mientras empezaba a sobresalir en el mundo del fútbol.

Lo fichó el Newcastle y con el tiempo se convirtió en ídolo de “las urracas” y en el futbolista británico con más futuro. Tenía fuerza, potencia, buen trato del balón y mucha clase. Tras explotar con el Newcastle, El Manchester de Ferguson fue a por él aunque prefirió fichar por el Tottenham Hotspur, ya que el equipo londinense le prometió al jugador un hogar para toda su familia. Era el mediocentro total, defendía, regateaba, tenía visión, buena conducción, técnica y con los Spurs estuvo a un gran nivel que hizo estallar la Gazzamania. Para el recuerdo su golazo en las semifinales de la FA Cup al Arsenal en 1991. Un golpe franco potente a la escuadra desde el más allá. Gascoigne ya era una estrella mundial, además, su carácter bromista y simpático, abierto y gamberro conectaba demasiado bien con las familias inglesas y se convirtió en el héroe de las clases más humildes. Parecía un hooligan jugando a fútbol, pero lo hacía con una elegancia que magnetizaba.
Antes, en el mundial de Italia 90, se había destapado internacionalmente y nos llegó a muchos, por muy jóvenes que fuéramos, con aquellas lágrimas al recibir una amonestación que le impedía jugar la final en caso de que Inglaterra terminara imponiéndose a Alemania. Una final en la que esperaba la Argentina de Maradona cuatro años después de aquella popular “mano de Dios” de México 86 y el posterior golazo del astro argentino.

En 1992 fichó por la Lazio de Roma. En aquella época la serie A era sin duda la mejor liga del planeta, pero en Italia las lesiones no le dejaron triunfar, y aunque se ganó a gran parte de los seguidores con su pasión sin disimulos y la radicalidad en todas sus acciones, se marchó al Rangers, el club de los protestantes de Glasgow, que le venía como anillo al dedo. En Escocia destacó por su buen juego y por su carácter irreverente, que le valió incluso amenazas de muerte por parte de los hinchas radicales del Celtic FC tras una provocativa celebración en un derbi del Old Firm. Estaba fuerte, a un gran nivel, y dejó un gol para la historia con celebración incluida en la Eurocopa de 1996, precisamente ante Escocia. Estaba rebosante, excitado, y probablemente feliz en aquella época.

Después del fútbol escocés, pasó por Middlesbrough, Everton, Burnley y hasta jugó en la China. Pero Gazza era más veces noticia por estar borracho comiendo kebabs que por sus hazañas en el campo. Fuera del terreno de juego siempre daba la nota, estampó el autobús del Middlesbrough al conducirlo sin permiso, realizaba continuas bromas pesadas a sus compañeros, le encantaba bajarse los pantalones en público y tuvo numerosas peleas en discotecas a altas horas de la madrugada. Sus gracias ya no hacían gracia y todo el carisma que atesoraba se iba diluyendo hasta pasar a ser un reconocido looser, o peor, un auténtico gilipollas. Demasiada losa para quien había sido tan idolatrado por las clases populares, los tiempos habían cambiado, y ahora era el bufón era burlado.

Desde su adolescencia tuvo problemas con el alcohol y tras retirarse sus problemas se acentuaron, drogas, maltratos, peleas en discotecas (hasta se peleó con los de Oasis), detenciones, intentos de suicidio, ingresos en hospitales, y en hospitales mentales… depresiones y ruina. Paul Gascoigne, un genio atormentado por su locura convertido en un auténtico poeta maldito del fútbol.

Gascoigne tiene desde ahora cincuenta y tantos años y mil caras. Treinta años después de los “Etruscos” nuestras vidas han dado para mucho. Ahora yo ya no soy aquel niño que pintaba camisetas con plastidecor, pero me invade la nostalgia cada día al escribir posts para Odio el Fútbol Moderno. Para nosotros Gazza siempre es un recurso, si pones su nombre en google descubrirás sus mil y un rostros. Tiene fotos para todo y casi siempre sonriendo lo puedes encontrar de la manera que quieras, comiendo pasta, en la piscina, en la grada, con un pastel en la cara, fumando cinco cigarrillos, con pelo corto, larga melena, rapado o disfrazado de mujer, todo fue posible en la puta vida Gazza. Ahora, con cincuenta y pocos y muchos años por delante todavía, trata de reencontrarse entre tanta caricatura que él mismo creó y no pudo manejar. Elige la vida colega, ya no hay porqué llorar.