Sergi Aljilés
“¿Qué hace Dios sentado, ahí arriba? Haciendo trampas al barajar, las buenas cartas fueron repartidas y él, ha perdido antes de jugar… ¡POBRE JUGADOR!”
Ser portero siempre tiene un punto de épica, de estar un poco loco dicen. Tus aciertos nunca estarán valorados tanto como los goles, sin embargo, tus errores será difícil solucionarlos ya que vives siempre al filo de la navaja, cual jugador de póquer, esperando la carta que nunca sale de la baraja. Además, solo puede haber uno en el once, no se puede compartir la responsabilidad, ni la gloria. Uno está bajo el arco, el otro en el banquillo.
Para esa posición, la de guardameta, el Valencia tenia en la temporada 97/98 a un grande del fútbol español, Andoni Zubizarreta, capitán de la absoluta, campeón de todo en el Athletic Club y en el Barça, toda la experiencia…y a un joven portero traído de la Argentina, un tal Gustavo Campagnuolo. La jugada estaba clara, tanto si era Valdano como Ranieri, última temporada de Zubi, todos los ases eran suyos, para “el pibe”, banquillo.
Pero una tarde de fútbol, en Salamanca, Dios repartió las cartas y le tocó debutar a nuestro argentino. Tenia que defender la portería por ausencia del titular, y era su momento. Debut para demostrar todo lo bueno que ya había hecho en su tierra. Su trampolín, su póquer de ases…pero todo salió mal, El Salamanca sacó escalera real, 6 goles.
El Helmántico recibió a su equipo lleno hasta los topes. El viejo Salamanca (gloria a los caídos por el fútbol moderno) se jugaba la vida desde las posiciones de descenso y la afición lo sabía. Había que darlo todo. El Valencia por su parte venia de un fulgurante cambio de sistema y de idea de futbol. La llegada de Ranieri había dado un giro a un equipo que coqueteaba con el descenso, impulsándolo a soñar con plazas europeas. Si hemos ganado en Barcelona remontando un 3-0, podremos con estos.
Y todo salió mal, o muy mal para Campagnuolo y todo muy bien para “los charros”. En los primeros minutos jugadón y golazo de Rogerio. Bien empezamos, pensaría el arquero. La defensa valenciana era un coladero y el ataque salmantino un vendaval al que solo los guantes de Gustavo podían privar de más goles. Los Soria y Carboni, centrales aquella tarde, no podían detenerlos, Vlaovic, “el Piojo” o Mendieta fallaban arriba. Lanna y Pauleta remacharon el 3-0 con el que se llegó al descanso, ante la inoperancia y bisoñez del argentino.
Al comenzar la segunda parte, se obró el milagro, el Valencia comenzaba a contener al rival y a tirar a puerta. Y en el 58, Puentes Leira, pita penalti. Mendieta, un especialista en la materia, lanzó. Pero los triunfos eran todos locales. Stelea (portero y calvo, gloria bendita) consiguió atajar el buen lanzamiento, convirtiéndose en uno de los pocos que le consiguió parar un penalti a Gaizca.
El drama que estaba siendo el encuentro se transformó en tragedia con la expulsión de Carboni. Si algún día se quieren deleitar con un defensa de los de antes, miren la actitud del italiano al saberse expulsado. Genio y figura.
Pero volvamos a Campagnuolo, que llevaba muchos minutos sin recoger el balón de sus redes, cosa que hizo tres veces más. Pauleta de penalti (cometido sobre Popescu, futuro jugador xe), Silvani y Sito. Aún hubo tiempo para un palo de un desconocido David Albelda. El pitido final tubo que ser un alivio para Gustavo en medio de la fiesta que era el Helmántico en ese momento.
Al día siguiente, en todos los mentideros futbolísticos estatales, se hablaba del portero ese que había puesto el Valencia. Las coñas del compañero de pupitre, de taquilla o de oficina hacia los valencianistas fueron de antología, y todos odiamos a Campagnuolo. Y aún tubo que jugar otro partido, en Mestalla. Se ganó, pero encajó 2 goles. Su futuro con la camiseta del murciélago estaba acabado.
Cuando la historia y los hechos se olvidan, queda el relato y la leyenda. Volví a ver el resumen del encuentro, y he de decir que gracias a Campagnuolo no nos llevamos una docena. Tubo alguna parada de mucho mérito, pero los errores, propios y colectivos, le condenaron. Y la goleada. Si el encuentro hubiera acabado 3-1 no le culparíamos de nada, ni nos acordaríamos de él. Como de otros tantos que han defendido nuestro arco, los Buttelle, Mora o Rangel. No era el mejor escenario para debutar, pero, aunque lo hubiera sido si las cartas no entran, y lo que entran son goles, como portero estás muerto. Pobre Campagnuolo. Pobre jugador.

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