Antes de la llegada de Florentino Pérez no era preciso que jugaran top models en el Real Madrid, y dejaban jugar a los calvos, los peludos y los poco agraciados. Uno de los mostachos más poderosos que se recuerdan en Chamartín fue el del defensa brasileño Ricardo Rocha. El zaguero llegó en 1991 con su aspecto canalla para suplir a otro que a pesar de su talla y su imagen no dio el rendimiento deseado, el yugoslavo Spasic.
Aterrizó en Madrid procedente del Sao Paulo, y muy pronto se vio que con Rocha o pasaba el balón o pasaba el jugador, pero ambas cosas no. Era fuerte y contundente, buen defensa, buen motivador y tenía dotes de mando. Su ostentoso bigote formó parte de la defensa blanca durante dos temporadas en las que el Sheriff dio muestras del gran defensa que era, pero que injustamente se le recordará siempre por los goles en propia puerta que se metía contra los equipos que empezaban por T.
Con la llegada de Rafa Alkorta y de Ramis que pedía paso desde abajo, y como entonces el número de futbolistas extranjeros estaba limitado, se le dio puerta a Rocha a pesar de que la gente estaba agradecida con su esfuerzo y cantaban aquello de “¡Ro-cha-se-queda-Ro-cha-no-se-vende!”, aunque finalmente partió hacia el Santos de Brasil.
Jugó los mundiales de Italia 90 y USA 94, desgraciadamente en el primero Diego Maradona le hizo un jugadón a dos palmos del bigote, y en el segundo se lesionó en el primer partido del torneo y no pudo disfrutar de más minutos. Era un gran defensa, duro e intenso, y un buen compañero. Un tío trabajador, “menos samba e mais trabalhar” decía su contestador automático.
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