Cuando se enfrentan Betis y Athletic nos viene a la memoria aquella final de Copa de 1977 con los guardametas de cada equipo, Iribar y Esnaola, lanzando los penaltis definitivos. En el recuerdo también un defensa central de 194 centímetros y ningún pelo de tonto, el inolvidable Roberto Ríos.
Hijo de Eusebio Ríos, leyenda que vistió durante nueve temporadas la camiseta verdiblanca del Real Betis, Roberto se formó en el club de las trece barras. En 1992, debutó con el primer equipo, en el estadio de Las Llanas de Sestao. Dos años más tarde, debutaría en Primera y se consagraría como uno de los mejores zagueros de nuestro campeonato. Con su altura y su fortaleza, dominaba el juego aéreo y además, se mostraba inexpugnable por abajo, con sus patas sacando balones a los grandes delanteros que a mitad de los 90 había en la Liga. No tardó en llamarlo el maestro Clemente para la selección, pero el de Barakaldo tenía otras opciones en defensa y aunque Ríos jugó once partidos con la selección nacional, nunca disputó ningún gran torneo. Tampoco tardaron los equipos grandes en fijarse en él, y en 1997 fue el Athletic Club quien finalmente se hizo con los servicios del defensa nacido en Bilbao.
“Creo que, de ahora en adelante, vamos a fichar chavalillos vascos para después vendérselos al Athletic. Podemos hacer un buen negocio”.
Aseguró Lopera tras vender al preciado futbolista al Athletic Club por nada más y nada menos que 2.000 millones de las antiguas pesetas, en lo que fue el fichaje más caro de la historia del Athletic Club hasta que hace cuatro días un tal Iñigo fichó por el club rojiblanco. Una vez en Bilbao, el futbolista no parecía el mismo y apenas aportó algo al equipo, retirándose finalmente en el año 2002 con tan solo 31 años y un rendimiento de más a menos en la Liga.
Al colgar las botas, trabajó en el Écija con Gordillo y después ha sido un habitual como segundo entrenador en los equipos que ha dirigido Pepe Mel. Hoy no se querrá perder el partido entre sus queridos ex-equipos.
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