“Dejo el fútbol, dejo este deporte porque me quiero dedicar a follar. No ficharía por otro club ni aunque me ofrecieran 15 millones de dólares. Otra cosa sería si me ofrecieran 15 mujeres diferentes, de todas las partes del mundo. Quiero dedicarme a satisfacer mujeres como nadie lo ha hecho antes”.
Estas perlas de frases nos dejó Curcic en su emotiva rueda de prensa de despedida del fútbol. La prensa internacional se echó las manos a la cabeza. Y es que, si en demasiadas ocasiones hablamos de Paul Gascoigne, el serbio Sasa Curcic no se queda nada lejos del británico.
El pequeño Sasa se crió en uno de los barrios más marginales de Belgrado, en una época en que la Yugoslavia unificada padecía una crisis descomunal. Su madre tenía una enfermedad mental y su padre lo controlaba y lo encerraba en la habitación para estudiar. Pero Sasa tenía otro plan, salvaría a su familia con el talento de sus dribblings. Así que, con el tiempo, Sasa Curcic se convertiría en el futbolista yugoslavo más prometedor de finales de los 80 y principios del 90, debutando a la edad de 18 años con la absoluta en un partido ante Brasil. Todo iba fenomenal, y Curcic empezó a tocar dinero en el OFK de Belgrado; empezando también a frecuentar la noche belgradense, y a conocer de paso el alcohol, la cocaína y el extasis. Sobrado de talento estuvo a puntito de fichar por el Atlético de Madrid, pero Radomir Antic, gran conocedor del fútbol serbio, y conocedor de sus vicios, desestimó el fichaje.
Sasa se fue con sus cosas a otra parte, a Inglaterra, al Bolton, donde se convirtió en el ídolo de la afición. Su fútbol rápido y exquisito hacía vibrar al afición, pero fuera del campo la liaba cada vez más. Fue pillado en un hotel de concentración en Japón con dos señoritas en la cama. Al descender el Bolton a segunda “el serbio mágico”, como lo conocían en Inglaterra, fichó por el Aston Villa de su íntimo amigo Milosevic. En Birmingham se le fue la cosa de las manos, gastaba en señoritas y en sus golferías más de lo que cobraba. Salió una noche de fiesta alquilando un bus de dos plantas llenas de señoritas; como lógicamente no triunfó se fue a Londres para enrolarse en el Crystal Palace. Se hizo amigo de Jamiroquay, de Robbie Williams y de Stan Collymore, con este último lo echaron de una discoteca por sacarse la chorra y ponerse a orinar. A la siguiente temporada se fue al MetroStars de Nueva York (los actuales Red Bull), donde se hizo amigo de juerga de Dennis Rodman, del rapero Puff Daddy y asistió a fiestas de Hugh Hefner. Ya estaba descontrolado. Se retiró a los 29 años con las frases que hemos mencionado al principio. Su vida entró en depresión, estaba arruinado, se convirtió en vagabundo, vivió de la caridad de su amigo Milosevic que se hizo cargo de él hasta que la suerte le sonrió cuando en Serbia se celebró la primera edición del Gran Hermano para famosos. Sasa Curcic no decepcionó y ganó el concurso.
A partir de ahí salió en más realitys (en varios ha terminado a hostias), pudo pagar las deudas con Savo y con el resto de gente a los que debía dinero. Al parecer hoy en día está reformado y se dedica al famoseo. Se ha operado la nariz y la boca. En sus memorias acusó a la UEFA de no haber podido jugar en el Barça o el Madrid, por expulsar a Yugoslavia de la Euro 92. Asegura que iba a ser su Eurocopa y los grandes se iban a fijar en él. Curcic tenía un talento increíble, tanto técnica como creativamente. Tenía algo raro de encontrar en el fútbol, que es explosión y rapidez, pero también resistencia. Además, era muy carismático como persona. Un genio plagado de talento, pero también de excesos.
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