Sergi Aljilés
“…es una mierda, este Madrid…”
Leño
La primavera del año 99 estaba siendo una época de grandes alegrías en Mestalla. El equipo iba como un tiro, el 11 titular empezaba a repetirse en los patios de los colegios valencianos con devoción, Mendieta y “el Piojo” se estaban convirtiendo en ídolos. Al vasco, porque veíamos un heredero de las plantillas de los 90s y encarnación de los valores de capitán tanto en el verde como en el vestuario, y el argentino, porque nos hacía soñar, un delantero que el solo podía liar la mundial en cualquier campo, y nos acababa de demostrar su capacidad anotadora en la eliminatoria de cuartos de final contra el Barça, con sendos dobletes en ida y vuelta, 2 verdaderos partidazos. Para el recuerdo queda también el tercero, marcado por Mendieta, en el Camp Nou. Pobre Van Gaal.
Pero este equipo no tenía techo, y quería más. Y la afición aún más. Lejos quedaban los últimos títulos ganados el año 80 (Recopa y Supercopa de Europa), toda un generación de pequeños murciélagos (en la que me incluyo), nunca había visto ganar una copa a su equipo, la final del agua contra el Depor seguía siendo una espina clavada en la adolescencia, y las sensaciones con este equipo siempre son importantes, y se olía a campeón…pero quedaba un obstáculo para llegar a la final, el Real Madrid, el enemigo, el antagonista por antonomasia del València.
Cierto que el rival llegaba con bajas en la defensa, y tú estabas muy bien, las sensaciones eran inmejorables…pero el Madrid, los árbitros, todo lo que ya sabemos, se podía escapar, y los antiguos fantasmas de pesimismo, de sentirse inferiores que habíamos sufrido tantos años, de que, si no eran estos, te eliminaba el Barça, o viceversa, volvían a planear por Mestalla el 9 de junio. Al menos, vamos a hacer un buen partido, marquemos y que no nos marquen y nos la jugamos en Madrid.
Y todo salió bien. Después de unos minutos de tanteo Claudio López, como no, abrió el marcador de una falta directa lanzada magistralmente por debajo de la barrera. A los pocos minutos expulsaron a Redondo, y el Madrid se derrumbó. Las oportunidades iban cayendo como un vendaval, y los goles, 2-0 Roche, el 3-0 marcado por Goran Vlaovic (después de un chut de Piojo que rebotó en los 2 palos) y el 4-0 al borde del descanso, otra vez Roche.
Durante el descanso, recuerdo estar fumando un cigarro en la cola para entrar al baño, y la alegría desbordante que se reflejaba en los ojos de la gente, los abrazos entre amigos que se reunían en el descanso al no sentarse juntos. Aún estoy viendo a uno con la bufanda del Madrid hablando con el tornero de la puerta, a ver si le abría para irse. Se avecinaba una muy gorda.
Ahora atacábamos el gol xicotet, el norte, el de las remontadas, aunque no nos hiciera falta precisamente. La manita cayó en el 54, otra incursión asesina de Piojo, un chut fuerte que Angulo desvió lo justo para que Illgner ya no pudiera hacer nada.
5-0 al Madrid, lo nunca visto. Los gritos de “València, València” atronaban los muros del viejo Mestalla, mis casi 19 años gritaban y pedían más goles, hacer sangre de verdad, un resultado de otra época. Era nuestro momento, el momento de toda una generación que había crecido durante los años de plomo, la segunda, los años de ser quinto y gracias, ser subcampeón alguna vez y poco más, ahora nos tocaba.
La expulsión de Vlaovic pareció igualar un poco la contienda, al menos en lo numérico, pero la grada había olido sangre y quería más. El éxtasis colectivo vino con el sexto gol, compendio de las virtudes de Mendieta, lucha incansable para recuperar el balón en el borde del área, tirándose al suelo sin hacer falta, y la magia y calidad de levantarse y, en parado, ponerla de interior al palo cruzado. Un auténtico golazo.
Quedaban 18 minutos para acabar, y ya daba todo igual. Que atacaran o que tocaran, la noticia ya estaba en la grada, no en el césped. El ancestral carácter socarrón e irónico que los valencianos tenemos a honor señoreó en las gradas del coliseo valencianista. Nadie sabe de donde surgió, seguramente de alguna de las dos generales de pie, pero Mestalla empezó a corear un cántico humillante, un “Sois San Marino, vosotros sois San Marino” al ritmo de guantanamera. Era un recordatorio de lo que había pasado 4 días antes en el Madrigal, donde la selección española había vapuleado por 9-0 a la selección apenina. La comparación de un equipo y otro, recordar que el Madrid era casi, casi, el mismo equipo que había ganado su séptima copa de Europa, el 6-0 campeando en el marcador, hilarante para los valencianistas, y seguramente para la mitad no madridista de la España futbolística, humillante para el club de Concha Espina y sonrojante para los voceros de comunicación madridistas.
Al acabar el encuentro nadie abandonaba su localidad, queríamos alargar el momento, hacer que se grabara en nuestras mentes ese partido, cada imagen, cada gol, cada jugada…recordar en ese momento todas las veces que habíamos palmado contra ese equipo, que habíamos sido humillados contra ellos, en el césped, en los despachos o, como muchas veces, por “el trencilla”. Ahora nos tocaba a nosotros disfrutar, y cantar que nos íbamos a Sevilla, a la final. La que iba a ser LA FINAL para toda una generación.
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