Tenemos que hablar

Carlos González

Tenemos que hablar. Son con toda probabilidad las tres palabras más importantes en una relación junto con “te quiero mucho”. 

Este enunciado es sinónimo de que algo va a pasar y no va a ser bueno, se vienen cambios que ya intuías en tu subconsciente a los que no te has querido enfrentar. El otro día oí con rotundidad estas temidas tres palabras. 

El pasado domingo 15 de enero de 2023, a las dos de la tarde, vestido con mis mejores galas me emparejo con la que sería para esa tarde mi pareja de baile, descaradamente más joven que yo, con un cuerpo atlético y tonificado. Suenan los primeros compases y recibo mi primer balón, en ese momento siento como se acerca hacia mi y recuerdo la maniobra mágica del Romario de los 90, me anticipo, dejo pasar el balón por debajo de mis piernas, giro, driblo y veo como pasa por detrás de mí como un tren de mercancías. Ya no voy con unos pantalones negros y una camiseta amarilla del Decathlon, llevo unos pantalones azules, con el 11 en la pierna derecha, la camiseta ahora tiene 4 estrellas en el pecho, soy Romario da Souza Faria. 

Arranco hacia la portería contraria, “dos toques y la pego”, cuando hago el primer control mi pareja de baile ya esta de vuelta, se tira para cortar el balón, segundo toque y veo que su pierna aparece entre mis botas, salto para evitar el contacto y un siento un cruel mordisco en la parte trasera de mi muslo izquierdo, caigo al suelo, no tengo ganas ni de reclamar falta. 

Tan solo 30sg y el dolor de mi pierna no me era extraño, tercera rotura de fibras seguida en los isquiotibiales. Aún con la cara en el césped, oigo las voces de mis compañeros pidiendo falta, pero entre todas esas voces hay una que escucho de manera clara y nítida, una voz que me dice: “Tenemos que hablar”. 

El futbol es como una novia de la que presumes, esa novia de la que estás enamorado hasta las cejas, con la que eres feliz, con la que podrías estar tardes, noches y fines de semana enteros sin aburrirte de ella, pero también es una novia exigente, egoísta y caprichosa porque tiene la manía de querer estar siempre con gente joven. 

Ese domingo quería hablar conmigo y quería hablar para dejarme: 

– F: Hola, tenemos que hablar 

– Y: ¿En serio? 

– F: Quiero dejarlo, ya no es lo mismo. 

– Y: Venga, dame una oportunidad, puedo cambiar. 

No lo terminas de entender, miras a tu alrededor y te preguntas. ¿Por qué me quiere dejar? Yo estoy mucho mejor que ese central con una camiseta tamaño XXL tipo lycra. ¿La llevará así para evitar los agarrones? ¿Qué tienen sus articulaciones que no tengan las mías? ¿Tiene articulaciones? Déjale a él, pero a mí no! 

Como se dice ahora, sabes que es una relación tóxica. Una relación que tiene que acabar, pero a la que te aferras con todas tus fuerzas. Todos los amigos con los que hablas te dicen lo mismo, lo tienes que dejar, es muy lesivo, lo único que vas a conseguir es hacerte daño, etc. 

Entonces, vas donde el fútbol y le propones una relación moderna, una relación abierta. Una que te permita seguir quedando, pero a su vez poder verte con la natación, la carrera o la bicicleta para seguir en forma. En ese momento, el futbol te mira y te dice: 

¿Tú me has visto? Soy rapidez, soy espontaneidad, soy juventud, soy explosión. Soy todo lo que ya no tienes y esas relaciones no te van a dar. Tus fibras están rotas. 

Y quizás sea cierto, mis fibras ya no son explosivas, si es que algún día lo fueron, ya no están preparadas para un sprint corto. Mis fibras ahora son finas y largas y están preparadas para ir al campo, pero de paseo. Sí, aguantan largas tiradas corriendo, aguantan largas salidas en bici, fruto de mis “relaciones abiertas”, pero no son explosivas. Y entonces te vuelve a la memoria ese central que cubre en “zona” y te preguntas ¿Tiene fibras o todo él es una fibra? 

Ya no tienes explosión. Asúmelo. 

Tras varios días de reflexión y sabiendo de la toxicidad de esta relación, piensas en lo vivo que te hace sentirte el fútbol. La alegría e ilusión que tienes en casa cuando haces el repaso mental, botas, medias, espinilleras, camiseta amarilla y otra negra por si acaso el contrario va de amarillo, todo en una bolsa portabotas que llevas como si fueras CR7. Las conversaciones con tus compañeros tirado en una banda mientras te pones tus botas viejas, que no te atas por debajo de la suela por decoro. El cosquilleo que te entra en el cuerpo cuando el árbitro del partido anterior, te permite entrar al campo de F7 a calentar y chutar suave el balón porque si no te rompes. Las conversaciones con los árbitros de mirada triste que hace años oyeron el terrible “tenemos que hablar”. O la alegría de marcar un gol, mirar a la banda y tener un gesto de complicidad con tu hijo que te mira como si fueras Mbappe, lástima que no vio jugar al Buitre. 

Esa magia sólo te la da esa novia y esa magia capaz de convertirte por unos segundos en Romario sólo te la da el fútbol. Así que sí. 

Tenemos que hablar porque te quiero mucho y no te voy a dejar. 

Ilustración @jgutigon