Sergi Aljilés
“Io nun capisco, é vvote, che succede…”
Tammurriata Nera- Canción Napolitana
Recuerdos de la infancia, cuando todo era más puro, nuevo, ilusionante. Pequeño cachorrito valenciano que a sus 11 años para 12 decía que era del Valencia. Y lo era sin capacidad de decisión, lo era porque sí, porque no podía ser de otra manera. No había elección. Obviamente, yo no pensaba en si lo había decidido o no en el final del verano del 92. Mis ilusiones y reflexiones, en lo referente al València, versaban en apoyarlos a muerte, porque con la inocencia de esa edad, todo es posible, siempre puedes ser campeón. Que ingenuidad pero a la vez que clarividencia. Que jodido es ser de un equipo que a veces gana.
En aquella época aún no era socio. Habría ido a Mestalla solo un par de veces. Mi rutina de aficionado era el Estudio Estadio los domingos, la radio con la yaya, algún Marca o Don Balón que me compraba mi padre, y los partidos de canal 9. ¡Qué maravilla! el fútbol moderno aún no había aparecido en nuestras vidas y el fútbol en abierto era plato común todos los sábados a las 22h en el canal autonómico. No siempre se retransmitía el València en liga, pero sabías que en copa, amistosos, y en competición europea estaba garantizado.
Era ese equipo de mi infancia ilusionante y arrelat a la terra. Un club de cantera y 2 o 3 fichajes de cierto empaque. La base era la misma con la que empecé a mamar esta pasión: Sempere, Arias, Camarasa, Voro, Giner, Quique, Arroyo, Fernando y los Tomas, Toni, Eloy y Lubo Penev, sin olvidar la vuelta de Roberto. El nuevo entrenador, Guus Hiddink, traía aire fresco a un vestuario ya muy acostumbrado al viejo Víctor Esparrago. Todo eran esperanzas después de varias temporadas quedando alto en la clasificación liguera. Con este míster y estos jugadores íbamos a ganar títulos.
La antigua copa de la UEFA se presentaba como una ocasión perfecta para lograrlo. Se confiaba en que en eliminatorias, teniendo que jugar en casa, se lograrían los objetivos, se pasarían las rondas para llegar a una final soñada, una final que hacía mucho que no se vivía y que mi generación ni había olido.
En el sorteo nos tocó para empezar el Nápoles. Yo pensaba que habiendo perdido a Maradona, que ahora jugaba en el Sevilla, y que no era ni la sombra de lo que fue, o eso decían los de cursos superiores al mío en el patio del colegio. Se planteaba una eliminatoria preciosa que me dispuse a ver emocionado, a pesar que era entre semana y al día siguiente había clase. No me costó nada obtener permiso para verlo, ventajas de tener una yaya más valencianista que el murciélago del escudo. Mi padre me había dicho que en el Nápoles jugaba un tal Fonseca que casi había fichado por nosotros unas temporadas antes. ¿Quién dijo miedo?, que vengan que se van a llevar 3.
El partido en la primera parte, a pesar del 0-1 que marcó el tal Fonseca, fue un chorreo de juego y fútbol de los chicos de blanco, pero los celestes se defendían bien, con un sistema defensivo muy inteligente y salida endiablada al contraataque, marca de la casa del míster, un tal Claudio Ranieri. Quique Sánchez Flores, uno de mis ídolos, estaba marcandose un partidazo, pero el uruguayo de Partépone era un killer. Mi abuela, como siempre, se subía por las paredes patint.
En la reanudación, al principio, a pesar del gol del empate, marcado por Roberto (siempre goles importantes y muy celebrados), trajo la expulsión de Quique por una agresión. Ahí comenzó el desastre, mi trauma. Nos cogieron a la contra todas las veces que quisieron, y Fonseca marcó, y marcó, y marcó y volvió a marcar. 5 goles aquella noche nos clavó. Sus celebraciones, las primeras abrazándose a los compañeros, bailecito en el cuarto y avión en el quinto, las tengo escarificadas en la memoria. Su aspecto espigado, moreno de piel, dientes superiores prominentes. Quina malícia el dentut este, fue la sentencia de la yaya. No se puede explicar mejor. Y ahora a ver quien se duerme, pensaba yo en la cama.
Pero me dormí, y me desperté pensando en Fonseca, hasta soñaría con él, en cómo nos hundió con su capacidad goleadora. Las caritas de sueño y de pena entre los compañeros militantes de esta desafortunada religión, y las “coñitas”, burlas y pullas varias de los compañeros herejes. Y ya nunca te olvidaremos Fonseca. Como al poco más de un año después, jamás olvidaremos cierta localidad alemana.
Durante mi infancia como valencianista pocas alegrías tuvimos, pero las disfrutamos como si nos fuera la vida en ello. Unas cuantas decepciones, y otros tantos traumas. Aquella goleada del Real Madrid en un Taronja, Fonseca (que también marcó en la vuelta), Karlsruhe y el gol de Alfredo para cerrar la infancia y entrar en la adolescencia. Quiero pensar que todo esto nos forjó en una militancia a prueba de bombas, nos endureció la piel. Y cuando llegaron los Ranieri, Mendieta, Piojo, Benítez, Albelda, Baraja y Aimar, supimos lo que era tocar metal, sabíamos de dónde veníamos y lo que cuesta llegar. Ahí quedó Fonseca, en nuestra historia, la negra, la de los traumas infantiles.
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