Bulgaria era un equipo de juego anárquico, un buen combinado de futbolistas creativos y atrevidos que salían a morder y darlo todo desde el minuto uno hasta el noventa. Unos luchadores de aspecto canalla que dieron la campanada en el último partido de clasificación y dejaron a Francia sin mundial cuando los Bleus ya estaban comprando los billetes de avión para ir a Estados Unidos. La victoria por 1-2 de los búlgaros en el Parque de los Príncipes fue toda una hazaña. La Francia de los Papin, Cantona, Ginola y compañía se quedaba fuera de la gran cita.
Viajó Bulgaria a los Estados Unidos y el grupo ya sorprendió en el hotel de concentración antes de jugar ningún partido. Allí se podía ver a Hristo Stoichkov y su banda bebiendo tercios de cerveza, rodeados de sus novias y mujeres, fumando cigarrillos, jugando a cartas sin camiseta y mostrando sus cadenas de plata. Así era aquella selección de Bulgaria, sin complejos.
Pero mal encaminados iban los que pensaban que aquello eran Hristo y sus cuatro colegas del pueblo. La portería estaba bien defendida por un veterano llamado Miroslav Mihailov, que ya había jugado con su selección el mundial de 1986, y que entre el mundial de México y el de los Estados Unidos había sufrido una dramática alopecia que lo había dejado calvo.
Preocupado por su estética Mihailov jugó con peluca durante todo el torneo, con peluca y con riesgo, porque si en alguna estirada el peluquín se le hubiera despegado, el nombre y la imagen de Mihailov hubieran dado para mucho.
No estaba tan preocupado por su aspecto el defensa Trifon Ivanov, defensor de brega y pundonor que lucía patillazas y estilo licántropo. En la medular destacaba el derroche físico en cada partido de Iordan Letchkov, un futbolista con poco pelo y mucho talento, siempre bien respaldado por el incombustible Krasimir Balakov que además poseía un toque de balón espléndido.
Delante mucho veneno a pesar de no poder contar con Lubo Penev lesionado, pero sí con Hristo Stoichkov y Emil Kostadinov, dos serpientes que disfrutaban mordiendo, dos goleadores natos, que llegaban en un momento de forma espectacular.
El primer partido lo perdieron ante “las águilas verdes” de Nigeria por 3 a 0, y todo hacía pensar que esos pobres canallas iban a volver pronto a su país. Pero en los dos siguientes partidos de la fase de grupos los búlgaros arrollaron, 4 a 0 a Grecia y 2 a 0 a Argentina, y pasaron de grupo dando la imagen de un equipo temible.
En los octavos les tocó enfrentarse a México, equipo duro y con talento, que destacaba por el uniforme de colores de su portero Jorge Campos, y por la eficacia goleadora de su delantero Luis García.
Al poco de comenzar el partido una cabalgada de Hristo Stoichkov terminó con una magistral definición del delantero, Stoichkada. Pero un penalti chustero hizo que México empatara el partido a los pocos minutos. Ya no se movió el marcador, y se tuvo que decidir la eliminatoria desde el punto de penalti.
Allí, a Mihailov no le tembló la peluca y atajó dos penaltis dando el pase a la siguiente ronda.
En cuartos esperaba la Alemania unificada, que era la campeona del mundo y la subcampeona de Europa en aquel momento. Un bloque potente, que mantenía la base del equipo del mundial anterior, con Illgner, Kohler, Matthaus, Klinsmann y Völler, parecía una equipo invencible.
Además, cuando Lothar Matthaus avanzó a los germanos de penalti al inicio de la segunda mitad todo parecía visto para sentencia. Pero no fue así, estos búlgaros sacaban espíritu y fuerzas cuando menos te lo esperabas, y primero Hristo Stoichkov, de magistral golpe franco y después Iordan Letchkov con la frente, dieron la vuelta al marcador y el pase a semifinales.
En semifinales tocó jugar ante Italia, que venía de vencer a España, con un Roberto Baggio excelso, que en el minuto veinte anotó después de una gran jugada individual, y cinco minutos más tarde cruzó fenomenalmente un gran pase de Albertini alojando el balón en el fondo de las redes otra vez. No pudo sobreponerse esta vez Bulgaria, que acortó distancias mediante un penalti transformado por Stoichkov. La aventura mundialera acababa ahí, bueno no, quedaba jugar el partido por el tercer puesto ante Suecia, pero aquel día los búlgaros parecía que no querían jugar.
Una selección que sorprendió, y un grupo al que su entrenador Dimitar Penev daba total libertad para hacer lo que les viniera en gana, una selección inolvidable.

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