Sergi Aljilés
“Run, live to fly, fly to live, do or die
Won’t you run, live to fly, fly to live, Aces High”
Aces High- Iron Maiden
Las primeras veces que se hacen las cosas siempre se cometen errores. Es normal en el aprendizaje, la bisoñez en la realización de un trabajo determinado lleva inherentemente a fallar y que el resultado, aunque sea aceptable en su acabado, no sea del todo correcto.
En esa primera eliminatoria europea que disputó el València no se cumplió esa premisa. El resultado de 2-0 de la ida era un buen comienzo, pero la visita al City Ground, el estadio de las Midlands en Nottingham, era un hueso duro de roer, y nadie de fuera de las islas había ganado nunca allí. El buen estado del césped hacia afirmar con orgullo a la prensa inglesa que quien no jugara bien aquí, no lo haría en cualquier otro lado. Tal vez estas afirmaciones corrieron de boca en boca en el avión camino de Inglaterra. El mister Domingo Balmanya se dedicó concienzudamente a meterles a los jugadores entre ceja y ceja que aquella era la ocasión de maravillar a Europa entera.
Y vaya que lo hicieron, el resultado lo dejó bien patente, 1-5. La baja de Guillot no se notó en la delantera, porque su “sustituto”, Héctor Núñez, marcó un hat trick, pero el que volvió a impresionar y a arrasar a los ingleses fue Waldo Machado, con 2 goles en los primeros 13 minutos de juego, en especial el segundo de ellos, un zambombazo desde 30 metros que heló las gradas. Y lo que da más mérito a la victoria no es ya los 5 goles, sino que los ingleses jugaron bastante bien, presionando al equipo valenciano que jugo al contra ataque los 90 minutos, pero los Mestre y Piquer, gigantes en la brega, no les dieron opción. Aun así, maquillaron el resultado en el minuto 53 por medio de Bill Cobb. La afición, nutrida por los obreros de las fábricas que pueblan las Midlands inglesas, supieron apreciar el buen hacer de los futbolistas, dedicándoles una cerrada ovación a los 22 deportistas.
Esta sería la crónica de la primera visita en partido oficial del València a Inglaterra, y así quedaría para la historia, Waldo, Héctor Núñez y el City Ground. Pero si de esta eliminatoria se guarda memoria después de 60 años es por el viaje de vuelta. El viaje en avión que pudo teñir de negro luto la historia del València, como desgraciadamente lo hizo con el Manchester United o con el Torino en Superga.
Los desplazamientos europeos de aquella época no eran una cosa habitual para los clubs, y se veían como una pequeña odisea, una aventura a la que llevar a la mujer (algún directivo así lo hizo) o a la hija, como fue el caso del médico de la expedición, amén de vivir por unas horas al menos en una sociedad democrática, y no en el régimen del nacional-catolicismo del General Franco, aunque eso no se dijera muy alto.
El avión, un chárter contratado en una aerolínea inglesa, despegó sin problemas. El pasaje disfrutaba de un vuelo con total normalidad hasta que, a la altura de los pirineos, aquello se empezó a mover. Y mucho. Violentas sacudidas castigaban a los pasajeros, algunos salieron despedidos de sus asientos. El Doctor Ribes, médico de la expedición, tubo que vendar la cabeza de su propia hija que sangraba profusamente, no daba abasto a repartir calmantes entre el pasaje. La tormenta arreciaba cada vez más fuerte haciendo saltar el avión en “baches” de hasta 5000 pies, como se supo a posteriori. Los picos más altos del Pirineo se veían muy cerca por las ventanillas mientras el fuselaje perdía consistencia y la luvia y el granizo entraban en la cabina. Todos se pusieron a rezar lo que sabían, creyentes y no creyentes, pues se veían que de esa no salían. Afortunadamente pudieron escapar de la tormenta por el mediterráneo y rodeando la isla de Mallorca encararon València y aterrizaron en el aeropuerto de Manises.
Los familiares y periodistas que esperaban el aterrizaje, ya visiblemente nerviosos por el retraso del vuelo, observaron como salían los pasajeros del avión casi saltando por las ventanas, a toda prisa. Muchos se lanzaron al suelo y besaron ostensiblemente el suelo, agradecidos por haber sobrevivido. Al mirar el avión por fuera vieron que la pintura había desaparecido, así como todas las letras del fuselaje. Alguien pudo hablar con el piloto y de la alegría y felicitaciones se pasó a las intenciones homicidas hacia el inglés, pues se supo que conocía la existencia de la tormenta a la altura de Bayona, y que hizo caso omiso a la orden de aterrizar. Alguno le diría alguna cosa, en valenciano, al piloto inglés, alguna cosa de esas que se entienden rápidamente, aunque no hayas nacido ni en Sueca ni en Morella. La misa y salve a la Mare de Déu, la Virgen de los Desamparados, patrona de València, que se celebró a los días fue bien merecida, pues de este tipo de cosas solo se sale con vida con algo de ayuda divina.
Es comprensible que alguno dijera aquello de una vez y nunca más, Santo Tomás cuando tuvieran que volver a subir a un avión para otro desplazamiento. La historia se alió con los jugadores y con el València, porque los siguientes partidos contra Lausana e Inter de Milán, se resolvieron sin necesidad de pasar por tales trances. Pero eso ya, como decía aquel, es otra historia.
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